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Otro castigo arancelario de Trump
Es preciso hilar fino para que la respuesta sea estratégica, disuasoria y que, a ser posible, conduzca a una salida negociada

Fotografía de archivo del presidente de EE.UU., Donald Trump, junto al magnate Elon Musk. EFE/EPA/SAMUEL CORUM / POOL. NO VENTAS ZONA EPA / SAMUEL CORUM / POOL / EFE
Otro castigo arancelario
La pretensión europea de limitar la guerra arancelaria al castigo decretado por Donald Trump a las importaciones de acero y aluminio se fue el miércoles al traste con el anuncio del presidente de imponer un arancel del 25% a todos los coches que importe Estados Unidos y, de forma más imprecisa, a la importación de componentes del automóvil. El viaje de esta misma semana a Estados Unidos del comisario europeo de Comercio, Maroš Šefčovič, ha sido por completo infructuoso y el propósito de la Unión Europea de dar una respuesta «firme, robusta y calibrada» vaticina un incremento de la tensión en los intercambios comerciales a ambos lados del Atlántico, que puede tener réplicas similares con China y Japón.
Ni la reacción negativa de los mercados ni el perjuicio manifiesto que la guerra arancelaria causará a los consumidores arredra a Trump, que ha presentado la medida como el día de la «liberación de América». Lo que sucede en realidad es que se abre un periodo de crecientes dudas, y no solo porque es conocida la tendencia de Trump a la improvisación y las iniciativas contradictorias. Los fabricantes europeos, singularmente los de Alemania, Francia, Reino Unido e Italia, han de prever una contracción de las exportaciones a Estados Unidos, que ahora representan entre el 50% y el 60% de su producción en vehículos de gama media y alta. Falta ver cuál será su capacidad de trasladar parte de su producción a factorías en EEUU. Las redes de comercialización estadounidenses de coches europeos se verán forzadas a subir los precios. Tampoco está claro hasta qué punto esto hará que los consumidores de EEUU cambien sus opciones de compra hacia modelos de producción local. El beneficio a corto plazo para la economía estadounidense es cuanto menos hipotético. El daño a sus competidores, difícil de evitar.
Que el impacto sea mínimo en España –la exportación de vehículos fabricados aquí no cruza el Atlántico– no significa que sea nula la repercusión en su economía. La fabricación de componentes con destino a la exportación alcanza los 1.000 millones de euros anuales, una parte de ellos dirigidos a Estados Unidos, y el riesgo de contracción es evidente. Y las repercusiones en las cuentas de resultados de los grandes grupos fabricantes europeos pueden llevar a ajustes que acaben afectando a sus plantas españolas.
Tiene sentido la decisión europea de no dar una respuesta inmediata a la arremetida arancelaria, a diferencia de cuando Trump decidió penalizar las importaciones de acero y aluminio. Es preciso hilar fino para que la respuesta sea estratégica, disuasoria y que, a ser posible, conduzca a una salida negociada, como ha manifestado Bruselas, y no a un intercambio de golpes en que todos pierdan y nadie gane. Pero esa réplica no puede demorarse demasiado porque, en tal caso, siempre puede peligrar la unidad de acción de los Veintisiete, tan necesaria en situaciones límite para presentar un frente sólido. La consideración que merece Europa en el entorno de Trump, según se desprende de la conversación en un chat desvelada esta semana, muestra que en la Casa Blanca prevalece la idea de que Europa se aprovecha de Estados Unidos, que hace falta apretarle las tuercas y que su capacidad de respuesta es nula. La réplica es necesaria, por más que los intercambios comerciales entre la UE y EEUU tengan una dimensión difícilmente reemplazable.
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