Opinión | Estado
Pilar Rahola

Pilar Rahola

Periodista y escritora

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El complot Catalunya

En España, respecto a Catalunya, no existe el pensamiento crítico, no existe la indignación pública, no existe la culpa y, si se tercia, tampoco existe la democracia

La exsecretaria general del PP Dolores de Cospedal: "No he impulsado ninguna 'Operación Cataluña'. Es una ficción”

Leonard Beard.

Leonard Beard. / Alejandro Martínez Vélez / EUROPA PRESS

En días atribulados como los de ahora, cuando surgen noticias ruidosas que retratan con precisión las malas artes que usó el Estado para atacar, desacreditar y trinchar al independentismo, siempre hago un simple ejercicio: repasar las webs y medios españoles más influyentes, más allá de Catalunya. E, invariablemente, estas noticias estridentes no están, ni se las espera más allá de alguna cita menor, felizmente tragadas por la doble condición con que se perpetraron dichas malas artes: la indiferencia y la complicidad.

No escucharemos, pues, ni tertulias del Madrid excitado, ni conspicuos editoriales de los gurús que dictan el pensamiento público, ni se movilizarán los fiscales, ni encontraremos en ninguna parte la natural indignación por haber pervertido el juego democrático y haber lesionado seriamente, con dinero público, los derechos de ciudadanos catalanes. Hemos descubierto y hemos entendido desde el primer día que, cuando se trata de defender la unidad de España, la democracia no es un bien mayor, sino un estorbo que puede despistarse durante el periodo que haga falta. La famosa frase atribuida al 'hombre de Estado' Alfredo Pérez Rubalcaba -pareja circunstancial de Sáenz de Santamaria en el pesado encargo de parar al independentismo-, explica sin complejos la filosofía que inspiró la represión: “si perdemos la democracia, la recuperaremos; si perdemos Catalunya, no habrá remedio”. Y, por mucho que la historia reciente practique una amnesia integral, los hechos son meridianamente rotundos: el Estado, en todas sus derivadas, desde las más oficiales hasta las que chapotean en las alcantarillas, decidió utilizar todos los mecanismo legales y todas las maniobras sucias para hundir a líderes, asociaciones e ideales independentistas. Y no le quitó el sueño a nadie que, por el camino, se destruyeran derechos fundamentales.

Sin duda, estos días en Catalunya estaremos entretenidos con la palabrería de Cospedal y Sánchez Camacho y la garganta profunda que habita en las grabaciones de Villarejo. Y nuevamente mostraremos nuestra indignación: balbucearemos en las tertulias, quizás habrá algunas esforzadas querellas y en los parlamentos se cruzarán algunas invectivas ingeniosas. Ruido para entretener el personal. Porque lo cierto es que las alcantarillas del Estado trabajaron intensamente porque tenían el visto bueno de las instituciones -cuerpo judicial y monarquía incluidas-, el apoyo del binomio PP-PSOE, la complicidad mediática y el silencio de la sociedad civil española. Para garantizar la unidad de España había que hacer lo que hiciera falta, y no era cuestión de hacer aspavientos con los límites de la democracia.

Por eso Alicia Sánchez Camacho aparece en la comisión con unas maneras fanfarronas y agresivas, practicando el negacionismo, y acusando a los demás como si fuera la inquisidora mayor. Por eso María Dolores de Cospedal se cachondea de las preguntas y niega la mayor, sin entretenerse en los detalles, convencida que ha venido al Congreso a hacer la siesta. Ni un gramo de preocupación. Ni una pizca de culpa. Como ya pasaba con Jorge Fernández Díaz, Cospedal y Camacho saben perfectamente que no les pasará nada, que da igual el dinero y los mecanismos oficiales que se usaran, ni las conversaciones deslenguadas que tuvieran, ni tampoco importa el olor putrefacto de las alcantarillas, nada importa porque ningún partido les buscará las cosquillas, ningún poder mediático las interpelará y ningún juzgado las juzgará. Al contrario, acabada la comisión, la España patriótica les dará palmadas en al espalda, y, tiempo al tiempo, les otorgarán alguna medalla de aquellas que reparte el Borbón a los súbditos entregados.

Esta es la gran lección que hemos aprendido del 'procés' catalán y de la represión posterior que sufrimos: en España, respecto a Catalunya, no existe el pensamiento crítico, no existe la indignación pública, no existe la culpa y, si se tercia, tampoco existe la democracia. Y, si no existe nada de esto, tampoco existe la atención mediática. De la impunidad a la indiferencia, de la indiferencia al silencio, y del silencio a la negación. Pasó, no indignó, no tuvo consecuencias y, por lo tanto, no existió. Por eso Cospedal y Camacho se ríen de la comisión: porque pueden.