
Diputado del PP en el Congreso de los Diputados

Nacho Martín Blanco
Nacho Martín BlancoDiputado del PP en el Congreso de los Diputados
Diputado del PP en el Congreso de los Diputados
La catalanidad
Catalunya solo será una comunidad cívica cuando sus gobernantes asuman su bilingüismo, su pluralidad interna y su proverbial compromiso con ese orteguiano proyecto sugestivo de vida en común que es España
El PSOE y Junts pactan el traspaso de competencias en inmigración a Catalunya

Así queda la delegación de competencias en inmigración para Catalunya / FERRAN NADEU / VÍDEO: Europa Press
El acuerdo -de improbable constitucionalidad- entre el PSOE y Junts para que la Generalitat asuma competencias en materia de inmigración ha puesto sobre el tapete un concepto hasta ahora casi desconocido en la Catalunya política: la catalanidad.
Preterido en nuestro debate público por la omnímoda hegemonía política y mediática del nacionalismo catalán, un concepto potencialmente cívico e integrador como el de la catalanidad apenas había asomado hasta ahora. Pero la catalanidad, decía Gaziel, “tiene la mágica virtud de plantear en términos extraordinariamente amplios lo mismo que el mero catalanismo reducía a una extraordinaria estrechez”. De ahí la importancia de que los catalanes que nos sentimos catalanes y españoles no dejemos que nadie mercadee con el concepto y lo acabe desdibujando para siempre asociándolo a la visión excluyente y cerril que propugna el nacionalismo lingüístico.
La catalanidad es, como la castellanidad, un elemento esencial de la españolidad, y acuñarla con rigor histórico y respeto al sentir abrumadoramente mayoritario de los catalanes de ayer y de hoy puede ser una buena manera de enfocar la llamada “cuestión catalana” desde la lealtad a España. El nacionalismo catalán lleva décadas intentando desnaturalizar la catalanidad despojándola de su dimensión hispánica y negando la condición de catalán a todo aquel que, siéndolo, haya manifestado su compromiso con el devenir de España. Para el nacionalismo el buen catalán debe ser, por supuesto, nacionalista, monolingüe y antiespañol, pero eso, en realidad, nada tiene que ver con la catalanidad, que a lo largo de la historia se ha caracterizado por su dimensión hispánica, el bilingüismo y el amor a España.
Juan Boscán, Antoni de Capmany, la catalana Agustina de Aragón, Ramón López Soler, Jaume Balmes, el General Prim, Eugenio d’Ors, Dalí o Ferrater Mora, entre otros muchos, encarnan esa catalanidad abierta y cómodamente instalada en la españolidad que los nacionalistas niegan. De hecho, prácticamente todos ellos han sido menospreciados, cuando no abiertamente despreciados, por la historia instituida como oficial en la Catalunya nacionalista.
No todos los catalanes somos nacionalistas, pero todos los catalanes -incluso los más antinacionalistas- tenemos derecho a formar parte de la catalanidad sin que nadie cuestione nuestra españolidad, y viceversa. Entre otras cosas, porque esa es la única forma de sumar al proyecto de una Catalunya verdaderamente cívica a tantos catalanes que no estamos dispuestos a asumir la fractura sentimental con la idea y la realidad de España que impone el nacionalismo hegemónico para conceder el carné de catalanidad. Sentirse orgullosamente catalán y a la vez profundamente español es, de hecho, el sentir más común entre los catalanes a lo largo de la historia, y también hoy. De ahí que tratar de construir la catalanidad sobre la base de criterios etnolingüísticos trasnochados -como los que destila el documento firmado por el PSOE y Junts- constituya una aproximación teratológica a la realidad catalana.
Excluir de la catalanidad a Carmen Laforet, Eduardo Mendoza o Juan Marsé por razones lingüísticas, o a Albert Boadella, Javier Cercas o Francesc de Carreras por razones ideológicas, colgándoles el sambenito de 'botifler', supone en la práctica sacrificar la catalanidad en el altar del nacionalismo esencialista que gobierna Catalunya desde hace décadas.
Catalunya solo será una comunidad verdaderamente cívica cuando sus gobernantes asuman su contextura social e histórica, esto es, su bilingüismo, su pluralidad interna y su proverbial compromiso con ese orteguiano proyecto sugestivo de vida en común que es España. Solo así Catalunya volverá a ser punta de lanza de España y recuperará su esplendor. De lo contrario, seguirá languideciendo aquejada de un insoportable narcisismo de la pequeña diferencia que genera desconfianza entre catalanes y hartazgo entre nuestros compatriotas del resto de España. Solo así todos los catalanes podremos decir sin complejos: Visca Catalunya! y ¡Viva España!
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