Pactos para no pactar
La incapacidad para alcanzar acuerdos de legislatura impide el establecimiento de proyectos a medio y largo plazo y se traduce en inestabilidad, lentitud e incremento del desafecto ciudadano respecto de la política
Catalunya emitirá permisos de residencia y podrá efectuar devoluciones de inmigrantes

Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo en la reunión que han mantenido en Moncloa. / José Luis Roca
La división política en el conjunto de España y Catalunya ha dado vida a un fenómeno plenamente asentado, asumido y a veces incluso celebrado, el de cerrar acuerdos de supervivencia (unos, para permanecer en el poder y otros, para atravesar el desierto de la oposición) que explícitamente recogen la desconfianza mutua que les impide alcanzar pactos programáticos sólidos para enfrentar seriamente el futuro. El resultado de esta deriva es que el Gobierno central, la Generalitat y el Ayuntamiento de Barcelona deben afrontar la gobernación en minoría y sin presupuestos.
La incapacidad para alcanzar acuerdos de legislatura impide el establecimiento de proyectos a medio y largo plazo y se traduce en inestabilidad, lentitud e incremento del desafecto ciudadano respecto de la política. La sospecha de que el Estado español está más próximo a la crisis hoy que en 2017 y que la normalización política en Catalunya puede ser un espejismo alimentado, simplemente, por la desorientación del independentismo se agudiza con este pactar que no se puede pactar y con la celebración, por parte de los interlocutores habituales, de un córner como si fuera un gol.
En la política general, la incapacidad de los dos grandes partidos que se autoproclaman 'de Estado' para llegar a auténticos acuerdos de Estado es paradigmática. La política de inmigración, el desarrollo constitucional para enfrentar la ambición catalana, la crisis de relación con el poder judicial, las relaciones internas del Estado autonómico y la política exterior se resienten drásticamente de ello. La improbabilidad de poder contar el uno con el otro obligan al PSOE y al PP a buscar aliados entre los adversarios declarados del propio Estado. No está demostrado todavía hasta dónde podría llegar el PP en su aproximación a Vox; en cambio, se intuyen los límites del PSOE para satisfacer las expectativas de sus socios parlamentarios y sus socios de Gobierno, lo que explica que Pedro Sánchez solo puede aspirar a malvivir políticamente para llegar con opciones a la próxima convocatoria electoral.
Esta gobernación a crédito, un crédito político cuya cuantía no se ha establecido públicamente, agravada por el fluctuante estado de ánimo de los independentistas, tiene en Catalunya una consecuencia complementaria a la generación de desconfianza: la españolización de la política catalana. Durante los años del 'procés', las consecuencias judiciales del enfrentamiento mantenido por los gobiernos independentistas influyeron en esta españolización: el pérfido Estado era el 'deus et machina' de las desgracias del país. La diferencia sustancial de esta tendencia es que ahora se vive como la expresión de un factor positivo de colaboración institucional, que de todas maneras es ineludible, dada la dependencia de Sánchez de Junts y ERC.
Hace tiempo que el presidente Sánchez no comenta cómo duerme, a pesar del escenario. La normalización de la política catalana, proclamada por PSC y PSOE, está pendiente del futuro de la ley de Amnistía, en el mejor de los casos. La urgencia de los socialistas para salvar la investidura propició que la ley del perdón fuera otorgada por unos votos en el Congreso sin el compromiso explícito de Junts y ERC de asumir ninguna reconciliación. Mientras tanto, el galimatías es colosal. Independentistas y PSOE juegan al gato y al ratón de sus evidentes debilidades, con episodios grotescos como el de la cuestión de confianza manejada por Carles Puigdemont como espantapájaros, hasta que un observador internacional le hizo ver un peligro obvio para cualquier residente en Catalunya.
El PSC, que quiere pactar con quien sea, sobrevive en el Gobierno por la imposibilidad transitoria de un pacto entre ERC y Junts, prisioneros de sus errores en 2017 y cuya necesidad para justificar su apoyo al PSOE del 155 les empuja a presentar las concesiones autonómicas de Pedro Sánchez como el no va más del sueño de los partidos independentistas. No hace tanto, estos mismos partidos proclamaban desde el Palau de la Generalitat el fin del autonomismo y despreciaban las competencias autonómicas como limosnas del pasado colonial; ahora buscan incrementarlas para que las gestionen los socialistas. Solo los 'groupies' dormirán.
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