Salvador Illa: contra los elementos
Era ministro de Sanidad y recién llegado tuvo que lidiar con una situación inédita que sorteaba públicamente con el aplomo que le caracteriza
Cinco años de la pandemia: no salimos mejores, sino más irritables, polarizados y tocados emocionalmente
Illa promete acabar con los caos en Rodalies: "No será fácil ni inmediato, pero lo resolveremos"

Illa ve "recorrido de mejora" en Rodalies, pero avisa que "la solución no será fácil" / ALBERTO PAREDES / EUROPA PRESS / VÍDEO: EFE
Se cumplen cinco años del primer día que ya no pudimos salir de casa. Horas antes se había decretado el estado de alarma y establecido el confinamiento. Fue la primera de cien largas, duras, dolorosas y agobiantes jornadas pero nadie aventuró la duración, porque nada se sabía del alcance de lo que sucedía. Solo que la muerte podía esperarnos agazapada en la esquina de cualquier calle del planeta. Pandemia era la palabra, coronavirus la enfermedad, covid-19 el causante, Wuhan la ciudad china en la que todo empezó y OMS el organismo internacional en cuyas manos estaba nuestro destino.
Las imágenes impactantes saltaban de pueblos a países sin solución de continuidad y mostraban el contraste de calles vacías con hospitales saturados. Las cifras crecientes de muertos y contagiados se alternaban con los dictados sanitarios para evitarlo y las normas de conducta privada con un estricto control público para garantizar el orden. Luego irían asomando los problemas asociados. De la primera impotencia del combate contra el enemigo invisible a la familiaridad con las curvas de la estadística, de la falta de mascarillas a la especulación con ellas, de la inexistencia de vacunas a su frenética investigación, de los abandonos en las residencias a los polémicos cribajes, de quienes se rebelaban apelando a la libertad a quienes la confundieron con la inconsciencia, de la solidaridad vespertina con el personal sanitario al egoísmo individual potenciado por el temor a los demás porque cualquiera podía contagiarnos. El legado lo arrastran los supervivientes con síntomas persistentes.
Las dolorosas ausencias familiares conviven hoy con las PCR que quedaron en el botiquín y los restos de trabajos artesanales para combatir el tedio con las recetas que no volveremos a cocinar. La ruina amenazó negocios, el teletrabajo reconvirtió presencias y muchas convivencias se resintieron. Aumentaron la lectura y el consumo televisivo también para seguir las comparecencias de las autoridades, que pretendían insuflar ánimo de victoria asegurándonos que saldríamos mejores. Nada lo indica. Las graves alocuciones diarias de entonces de Pedro Sánchez han coincidido esta semana, día por día, con la del balance de su ronda de contactos parlamentarios para aumentar el gasto en defensa y seguridad. Y su compromiso con mantener el actual nivel del Estado del bienestar con la constatación que los riesgos siguen ahí. Y no siendo como los de entonces sí que se parecen a los anteriores. Invertir en guerra para tener paz.
Mirando por el retrovisor, hoy todos podemos preguntarnos cómo y en cuánto la pandemia cambió nuestra vida. Y entre quienes pueden responder que mucho está Salvador Illa Roca (La Roca del Vallés, Barcelona, 5 de mayo de 1966).
Nuestra familiaridad con el actual president de la Generalitat viene de aquellos sufridos meses. Era ministro de Sanidad y recién llegado tuvo que lidiar con una situación inédita que sorteaba públicamente con el aplomo que le caracteriza. Sus cuitas ahora son otras y no desdeñables. Al frente de un Govern que quiere hablar poco y gestionar mejor, se enfrenta a retos menos intangibles pero igualmente difíciles para su empeño de ser eficiente. Rodalies y su histórico deterioro a la cabeza. Otra clamorosa evidencia doméstica de que hemos vuelto a lo de antes. A lo de siempre.
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