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El gasto militar ahonda la división en España

De izquierda a derecha, los ministros de Defensa de Polonia, Alemania, Francia, Italia y Reino Unido, el jueves en París. / EFE
Lejos de las sutilezas y la obligada claridad sobre qué significa y cómo acelerar el aumento del gasto en defensa, la discusión en España se encabrita y adquiere la indeseable naturaleza de una justa dialéctica de dudoso interés mientras la realidad, tan simple como preocupante, es que la gestión desde Estados Unidos de la crisis ucraniana ha marginado a la Unión Europea y se prodigan las iniciativas para corregir en lo posible tal situación. La reunión en París de 31 jefes de Estado Mayor europeos, en la que participó el almirante Teodoro Esteban López Calderón, y la subsiguiente, también en París, de los ministros de Defensa de Francia, Reino Unido, Alemania, Italia y Polonia -bautizada E5- permite vislumbrar un horizonte de decisiones determinantes que requieren un debate desapasionado y sin prejuicios, una atmósfera bastante alejada de la que se respira en España. Nada especialmente sorprendente, pero sí del todo desazonador porque lo que está en discusión condicionará el futuro del continente por un tiempo seguramente largo, liquidada para siempre la lógica de la posguerra.
La encuesta publicada el jueves por EL PERIÓDICO deja pocas dudas sobre la temperatura de la opinión pública en orden a aumentar el presupuesto de defensa: el 55% está a favor; el 39%, en contra. Es decir, salvo rectificación de los grandes partidos para no encanallar la discusión, es de prever una activación a cada lado de la divisoria. No está de más recordar la dimensión de las movilizaciones contra el apoyo del Gobierno de José María Aznar a la invasión de Irak (2003) para imaginar hasta qué punto puede el rearme europeo ser motivo de fractura radical. Porque es absurdo soslayar el hecho de que el debate no es exclusivamente técnico o de oportunidad, sino en gran medida ideológico; aumentar o contener el gasto en defensa no es algo que ataña solo o principalmente a expertos en la materia, sino que afecta también a convicciones de principio. La insistencia de Pedro Sánchez en dar garantías de que las partidas sociales no saldrán perjudicadas es la muestra más expresiva de que lo que se haga puede interesar algo tan preciso y a la vez tan genérico o amplio como los principios (del Estado social y democrático de derecho, según figura en la Constitución).
Son tan escasamente convincentes y aun sospechosos los argumentos de los ideólogos de la paz armada como inexplicables las proclamas de quienes encaran el momento con llamamientos a abandonar la OTAN y fiarlo todo a una negociación, por lo demás imposible, para echar a Rusia de Ucrania y poner a salvo la soberanía del Estado invadido. Resulta más convincente repasar la historia de la posguerra, la configuración de la seguridad europea mediante la OTAN y el paraguas nuclear de Estados Unidos, las condiciones en las que creció y se asentó el Estado del bienestar y la creencia estúpida de que Rusia pasaba a ser una potencia secundaria cuando desapareció la Unión Soviética.
Es este un ejercicio necesario, no siempre fácil, para situarnos. Explica entre otras cosas cuál es la razón de que Francia haya tomado la iniciativa en la revisión del sistema de seguridad: es la única potencia nuclear de la Unión Europea -290 ojivas- y la primera del continente (la siguiente es el Reino Unido con 240 ojivas). Se trata en todo caso de dos modestos arsenales no convencionales por comparación con los de Rusia y Estados Unidos, pero suficientes para justificar de dónde pueden partir iniciativas que agavillen la dispersión de recursos de los ejércitos europeos, tan costosos como poco eficaces. Otras razones objetivables son las que se derivan del dinamismo de la industria militar francesa y del vínculo especial del Reino Unido con Estados Unidos por más declaraciones insultantes de Elon Musk dirigidas al primer ministro Keir Starmer.
Son demasiadas las razones para bajar el volumen y fajarse con la realidad. La primera y más determinante es la voluntad expansiva de Rusia -con toda seguridad no acaba en la invasión de Ucrania-, su injerencia permanente en la política de terceros, las guerras híbridas con tecnologías de última generación, la agitación en las redes sociales a través de iniciativas de todo tipo y, por encima de todo, su desprecio e impugnación del derecho internacional, de la carta de las Naciones Unidas, de los derechos humanos y de lo que Rusia, Ucrania y Bielorrusia acordaron en 1990-1991 al dinamitar la URSS, incluido el desarme nuclear de Ucrania. La segunda razón es que el desenlace de la crisis, si finalmente se concreta, será con toda seguridad injusto y ajustado a las exigencias de Rusia. Y aun cabe temer con igual seguridad que Vladimir Putin intensificará su intromisión en los asuntos europeos al día siguiente de acabar la guerra.
La lejanía no libera a España de ser objetivo de Rusia, de su incursión para favorecer instrumentos políticos que le son propicios, a través de la extrema derecha, de herramientas de intoxicación de la opinión pública, de infiltración y pirateo en las redes de comunicaciones (financieras, industriales, de servicios, personales). En ese escenario tan inusual, carecen de sentido las discusiones a brochazos, las generalizaciones y el recurso a la política de las emociones; son precisas, en cambio, dosis intensivas de sentido de Estado, de esa rara e infrecuente virtud de buscar espacios de entendimiento, de dejar sin efecto los eslóganes de los spin doctors que cada mañana facilitan a los políticos diferentes modelos argumentativos para simplificar la realidad. Sostenía Jacques Delors hacia 1987 que reforzar la Comunidad Económica Europa era la mejor garantía de seguridad: en esas estamos, y son necesarios enfoques razonablemente unitarios dentro de cada Estado.
Sin esa unidad sobrevenida, fruto de la necesidad, cualquier iniciativa o programa estará bajo sospecha por muy honesta que sea la voluntad de sus promotores. No hay forma de evitarlo si no se modera primero el clima persecutorio del adversario que parece orientar el rumbo del debate político español desde que Pedro Sánchez armó la mayoría de investidura, tan frágil y variopinta como legitimada por las reglas básicas de la democracia. Es absurdo trasladar las inquinas de mera charcutería política a la delicada situación del momento, cuando el gran aliado de siempre ha dejado de serlo y el desafío de Rusia afecta a toda Europa, impugnado el statu quo como nunca durante los últimos 80 años. Todo en Europa ha cambiado radicalmente las últimas semanas, y tal cambio afecta a España en igual medida que a los demás socios de la Unión Europea. Resulta aberrante comportarse como si la realidad fuese otra, pero esa fue la sensación que dejaron las reacciones del jueves a continuación del rosario de reuniones de Pedro Sánchez en La Moncloa, una fórmula que seguramente no fue la mejor para allegar complicidades.
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