
Periodista

Joan Cañete Bayle
Joan Cañete BaylePeriodista
Periodista y escritor. Director de Estrategia de la Oficina de Proyectos Editoriales de Prensa Ibérica. Entre otros trabajos, ha sido corresponsal de El Periódico en Jerusalén y Washington DC. Autor de las novelas 'Expediente Bagdad' (a cuatro manos con Eugenio García Gascón) y 'Parte de la Felicidad que Traes', y del ensayo sobre el conflicto palestino-israelí 'Muros, bosques, tumbas: Un periodista en Jerusalén'
Chéjov, Hitchcock y el rearme de la UE
Independizarse de EEUU en términos de defensa no es solo un asunto militar, es un paso de gigante en la integración europea en un momento en que los extremismos la amenazan dentro y fuera
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Les empreses de defensa es concentren davant el rearmament
“Si en el primer acto tienes una pistola colgada de la pared, entonces en el siguiente capítulo debe ser disparada. Si no, no la pongas ahí”. Como principio dramático, el de la pistola de Antón Chéjov es un clásico. Si en la narración muestras una pistola, es para que alguien la use en algún momento de la trama. Si no, ¿para qué has llamado la atención del lector sobre el arma? Genio de la narración, Alfred Hitchcock acuñó la expresión MacGuffin para referirse a un objeto, una persona o una acción que hace avanzar la trama, pero que en realidad no tiene relevancia. Pueden ser unos documentos, un maletín con un misterioso contenido que brilla, la sed de venganza o, por qué no, una pistola colgada de la pared.
¿Es el rearme de la Unión Europea un fusil en el primer acto de un drama de Chéjov o un MacGuffin con el que avanzar otra trama? ¿Será un nuevo salto hacia adelante en la construcción europea o marcará la posición de la UE en el nuevo tablero después de que Donald Trump haya dado una patada a la mesa? O haya derramado una taza de café… A veces parece que vivimos en una distopía y otras en un chiste malo; depende del baile de la yenka del presidente estadounidense.
Europa —ese parece ser el argumento de la obra— dice que quiere independizarse de EEUU. En el énfasis de declaraciones políticas y análisis hay un aura de perplejidad. “¿Quién hubiera podido imaginar —se exclama— que Trump iba a hacer lo que en su primer mandato y en el tiempo transcurrido desde entonces había dicho que quería hacer?”. Que a Trump (y no solo a él en Washington) la aportación en defensa de los países europeos —con España en cabeza— le resultaba más que insuficiente es harto conocido. Que dejar la defensa de Europa en manos de un EEUU dominado por evidentes tendencias nativistas, autoritarias e iliberales no es un buen negocio es sabido desde antes del discurso de J. D. Vance en la Conferencia de Múnich. Que Trump y Vladímir Putin tienen una relación especial tampoco es un secreto. Hay quien se admira de que la UE haya reaccionado rápido. La pregunta, en realidad, es por qué ha tardado tanto: ha tenido cuatro años para hacerlo.
Independizarse de EEUU en términos de defensa no es solo un asunto militar, es un salto en la integración europea en un momento en que los extremismos la amenazan dentro y fuera de sus fronteras. Implica plantearse una nueva estrategia de comercio y un Next Generation tecnológico. Supone reflexionar sobre las reglas de pertenencia al club comunitario, en especial sobre socios como Hungría, que en realidad no quiere formar parte de él. Independizarse también es reformular las reglas: una moneda y una defensa común requieren una política y una voz común, desde la fiscalidad hasta la situación en Gaza. No se trata solo de dinero, del escudo nuclear francés ni de contratos con empresas armamentísticas europeas. Se trata de definir quién es, qué dice y qué hace Europa como actor político, tanto a nivel interno como externo. Visto así, el rearme sería más un MacGuffin que un fusil de Chéjov presto para ser utilizado, y mucho menos a corto plazo en Ucrania. No hay tiempo para ello.
Sea al estilo de Hitchcock o al de Chéjov, no puede negarse que desarrollar una política de defensa propia, independiente de EEUU y capaz de servir como elemento de disuasión frente a Rusia, implica invertir mucho dinero. Esto tendrá consecuencias sobre las cuentas de los países europeos, cuyo Estado del bienestar no es boyante. Los debates entre la izquierda y los gobiernos —da igual de qué color político— serán agitados. En España, sin ir más lejos, Pedro Sánchez, que quiere liderar el apoyo a Ucrania y la independencia estratégica de EEUU dentro de la UE, no podrá aspirar a ello si Madrid no invierte más en defensa.
El debate ideológico sobre el uso de los recursos es pura democracia; no es una conversación que deba asustar o preocupar. En este contexto, la visión de que la defensa no es un bien público es errónea. Entre pacifismo, beligerancia y expansionismo existe una amplia gama de posiciones intermedias. El orden mundial está entrando en una era de desorden y predominio de la fuerza (si alguna vez dejó de serlo). Europa, para garantizar su bienestar, debe ser capaz no solo de defenderse, sino también de proyectar ante el resto de las potencias —aliadas, enemigas o trumpistas— que tiene los medios y la voluntad de hacerlo, y de crecer a partir de ello.
De eso va la obra: conviene no entretenerse ni en los fusiles ni en los MacGuffin.
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