Así que pasen cinco años
La pandemia provocó al menos dos cosas. Por un lado, la necesidad de evasión. Por otro lado, nos empujó, al menos en los momentos más críticos, a pensar que no había un mañana
Cinco años de la pandemia: ¿volveremos a confinarnos para huir de un virus mortal?

Una enfermera, junto a un paciente en una UCI, durante la pandemia.
Uno de los rincones más olvidados del tiempo en el que estuvimos expuestos a la neblina de la pandemia es una serie de tarde de TV3 –'Com si fos ahir' – en la que los personajes, que hacen vida normal en un presente normal, actuaban, durante los días del covid, como si el mundo, a su alrededor, no estuviera hundiéndose. Era fascinante ver cómo se enamoraban y se desenamoraban, cómo discutían y cómo se divertían, cómo iban al bar y paseaban por la calle, sin que en ningún momento hubiera un solo rastro del virus. Ni mascarillas, ni vacunas, ni estados de alarma o confinamientos. En una serie que retrata un presente más o menos intemporal (los días pasan, pero la vida continúa, sin acotaciones explícitas, de tal modo que, salvo en lo que se refiere a la indumentaria o a determinadas costumbres, la teleserie de sobremesa, permanecerá vigente a lo largo de los años) se olvidaron de hablar del coronavirus. Vivían en una especie de limbo de normalidad cuando resulta que la realidad normal de los espectadores era otra. Era, en cierto modo, una experiencia relajante. 'Com si fos ahir' te permitía justamente vivir la ficción de un como si fuera ayer, sin el trauma que se vivía en las casas y en la calle, en los centros hospitalarios y en las residencias de ancianos.
La pandemia provocó al menos dos cosas. Por un lado, la necesidad de evasión. El alejamiento de la rutina terrible en la que nos enclaustramos, sometidos al rigor del cierre, sin alternativas. Como consecuencia de ese perímetro obligado, del vallado en el que tuvimos que instalarnos, muchos pensaron que la vida consistía en aquella comodidad, en una existencia ensimismada. Muchos vivieron con inquietud, con estupor, no tanto las sucesivas oleadas (y las restricciones acumuladas), sino justamente las medidas que permitían el retorno a lo que éramos antes del virus. Por otro lado, la pandemia nos empujó, al menos en los momentos más críticos, a pensar que no había un mañana. No había futuro. De las imágenes que quedan, ahora que han pasado cinco años de ese mes de marzo, tengo guardadas en la memoria el Vía Crucis del Santo Padre en Roma y los féretros de cartón de una funeraria de Queens, en Nueva York. El hombre solo, un símbolo, ante la inmensidad de aquel océano en el que nos ahogábamos. La fragilidad. Y los cuerpos metidos en ataúdes, como cajas de la mudanza, donde tenían que escribir 'head' en un extremo para saber dónde estaba la cabeza del difunto.
Hay una obra de García Lorca que se llama 'Así que pasen cinco años'. En uno de los diálogos surrealistas entre un personaje llamado 'Viejo' y otro que recibe el nombre de 'Joven', el primero dice: “Me gusta tanto la palabra recuerdo. Es una palabra verde, jugosa. Manda sin cesar hilitos de agua fría”. El Joven responde: “Es preciso luchar contra toda idea de ruina, con esos terribles desconchados de las paredes”. El Viejo está a favor, pero matiza: “¡Muy bien! Es decir, hay que recordar, pero recordar antes; sí, hay que recordar hacia mañana”. Entonces todavía no lo sabíamos, pero recordábamos para un día como hoy.
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