Opinión | Guerra de Ucrania
Salvador Martí Puig

Salvador Martí Puig

Catedrático de Ciencia Política de la Universitat de Girona

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Una nueva 'vieja era'

Hoy lo importante para comprender la política internacional es la fuerza, el interés y la ganancia

EEUU anuncia que reanudará "inmediatamente" la ayuda militar a Ucrania tras la reunión en Arabia Saudí

Reunión en Yeda, Arabia Saudí, entre las delegaciones de EEUU y Ucrania para avanzar hacia un proceso de paz.

Reunión en Yeda, Arabia Saudí, entre las delegaciones de EEUU y Ucrania para avanzar hacia un proceso de paz. / EFE

En 1994, el historiador Eric Hobsbawm escribió un célebre libro titulado 'The Short Twentieth Century' (El corto siglo veinte) cuyas tesis eran, por un lado, que ese siglo inició con la Primera Guerra Mundial y finalizó con el derrumbe del imperio soviético y, por otro lado, que en dicho período -a diferencia de los siglos anteriores- las ideologías y los valores fueron los ejes rectores de la política y de las relaciones internacionales. Con esas dos tesis, Hobsbawm señala que la Segunda Guerra Mundial fue una guerra civil planetaria y que las posiciones de cada actor político y de cada potencia tenían una argumentación basada en principios como la libertad, la igualdad o la justicia.

Creo que el libro mantiene una tesis sólida y difícil de refutar. Sin embargo, a más de 30 años de su aparición, se puede enmendar la periodización que hace el célebre historiador, pues el siglo XX del que nos habla se ha extendido lánguidamente tres décadas más, hasta 2024.

En mi opinión no es hasta hoy, en 2025, que se ha finiquitado una era. No ha sido hasta el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca que los valores, las normas y los principios no solo han dejado de ser útiles para comprender la vida política, sino que, directamente, son objeto de burla. Hoy lo importante para comprender la política internacional es la fuerza, el interés y la ganancia. Como si se tratara de un salto mortal hacia atrás hemos pasado a una nueva 'vieja era': la de los imperios. Esta vez, sin embargo, no es como en el período de 1875-1914, donde las naciones industrializadas de Europa dominaban el mundo y se repartían a su antojo el planeta. Hoy Europa ve como la gravedad planetaria se ha desplazado hacia otras latitudes: hacia los Estados Unidos, China, la India y Rusia. Es más, ni se celebran en el viejo continente las cumbres en las que se reparte el botín de las guerras. Ya no es en Berlín ni en Postdam ni en Yalta donde se va a cocinar el reparto de Ucrania, sino en Yeda, Arabia Saudí, un país que destaca por tener petrodólares y una familia real archimillonaria, y no precisamente por ser democrático ni por respetar los derechos humanos.

Efectivamente, en Yeda ha comenzado la reunión de las delegaciones ucraniana y norteamericana con el fin de elaborar una “propuesta de paz” (o, como mínimo, una tregua) que posteriormente Washington extenderá amablemente al Kremlin. Después de la regañina pública que Trump lanzó a Zelenski y del fin del apoyo militar norteamericano a las fuerzas armadas ucranianas, poco puede hacer -más allá de acatar- el Gobierno ucraniano. ¿Cuánto puede durar la posición ucraniana en el frente de guerra sin hombres de reserva y sin armas y, aún peor, sin señal satelital para prevenir ataques?

Así las cosas, el pescado está vendido. Solo queda debatir qué regiones se anexarán a la Federación Rusa, cuáles se mantendrán bajo la órbita del Gobierno de Kiev y cuáles serán las concesiones y los contratos que las empresas norteamericanas obtendrán para la extracción de las llamadas 'tierras raras'. Al final, una vez firmado el armisticio, Trump sacará pecho y no hará ningún discurso sobre la democracia, el mundo libre ni la justicia, sino que se jactará de haber hecho un buen negocio con el cuál la economía norteamericana (y por tanto 'su América') será más grande. La lógica con la que observa Palestina es la misma: le importan poco los derechos humanos, la destrucción y la muerte. Lo que realmente cuenta es la posibilidad de hacer un 'resort' en la costa oriental del Mediterráneo. Mientras, Europa observa atónita cómo siglos después de haber colonizado del planeta, ahora es splo una porción de la tarta a repartir.  

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