
Periodista y escritor

Juan Cruz Ruiz
Juan Cruz RuizPeriodista y escritor
Periodista y escritor
De la alegría de ser Teddy
Salió adelante; tras muchos años de pavor propio, él resultó ileso de tanta inquina. Lo vi luego imaginar de nuevo la música que lleva dentro. Y el resultado ahora es ese disco que parece el mar acompañándolo

Teddy Bautista. / José Luis Roca
La familia, la música, su manera de interpretar la vida, acaso su raíz playera, su bondad y la genuina sensación de que nada es tan importante que no se pare alguna vez, han mantenido a este hombre, Teddy Bautista, al pie de la alegría.
Imbuido por ese himno que ahora regresa con él y se llama Ciclos.0. El Periplo de las heroínas, Teddy ha demostrado al mundo de la música, y al mundo, que aquel que parecía que iba a decaer como los barrancos en verano está aquí tan potente como la raíz, y el desarrollo, de su música.
Él es la alegría, la dio, la da, la repartió, la reparte; en todas partes donde ha estado ha dejado su ego, e incluso su propia arte, para convertir un país viejo en un territorio, el que creó en la SGAE, lleno de plenitud y de esperanza, no tan solo musical.
Hizo universal la música hecha en España y le regaló al mundo latinoamericano (y no tan solo: abarcó también a la Norteamérica que canta en español) su energía. Su trabajo, desde Los Canarios hasta ahora, tiene parangones contemporáneos en el folklore (Los Sabandeños, Los Gofiones, tantos otros) y en la canción o en la música sin voz. No desdeñó a nadie: se puso la música como un modo de juntar los silencios y las voces. Eso es Teddy, el que puso en común los silencios y las voces.
Él jamás despojó esos exponentes de las voces insulares, sino que las animó y las convirtió en parte muy principal de su trabajo como emprendedor, en la SGAE, de todo lo que venía o de todo lo que había venido. Ese modo de ser, esa esperanza que se regaló a sí mismo en tiempos muy difíciles de su vida, está ahora en esta música que, yo como miles, hemos escuchado como si estuviéramos al borde del piano escuchando las distintas maneras de estar vivo.
Vivo Teddy, vivísimo; ha pasado un calvario de veinte años, por lo menos, detrás de las rejas imprecisas que un juez que ya no se conoce había preparado para convertirlo en recuerdo y olvido. Lo vi muchas veces en ese periplo oscuro, y una vez lo vi llorar, junto a Rosa Falcón, su mujer, en un restaurante de Madrid, cuando en el país al que él le dio tanta alegría se desentendía, con las prisas, del drama que al músico le estaban preparando.
Ese llanto, que era un silencioso giro musical en su historia de ciudadano pendiente de los otros, sus colegas, me llevó a mí mismo, entonces y ahora un periodista, a renegar de algunas maneras de entender este oficio, que ni se preguntaba por la justicia o injusticia de lo que le estaba pasando al compositor y al ser humano.
Desde entonces, pues, decidí buscar, en lo que se decía y en lo que se gritaba contra él, algún ramalazo de sensatez, que no había. Había la intención de acabar con Teddy, de hacer de su desprestigio un trofeo. Salió adelante; tras muchos años de pavor propio, él resultó ileso de tanta inquina. Lo vi luego, en su casa, donde fuera, imaginar de nuevo la música que lleva dentro. Y el resultado ahora es ese disco que parece el mar acompañándolo.
Desde aquel regaló que le mandó Vivaldi en 1974, y que le sirvió para decir adiós a Los Canarios, el músico más creativo de los que han dado las islas (y no solo) en la posguerra triste de nuestro país, mejorada por la fecunda herencia de las músicas y otros empeños que modernizaron nuestra historia, Teddy ha hecho lo que sólo se puede hacer con la alegría: abrazar lo que importa, dejar a un lado la ruindad y la inquina. Oigan esta música, ahí está Teddy y cantando.
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