
Periodista y escritor

Juan Cruz Ruiz
Juan Cruz RuizPeriodista y escritor
Periodista y escritor
M. Rajoy y la oportunidad perdida
Rajoy enfadado es peor que Rajoy, y esta vez, en las Cortes, adonde fue convocado para explicar la parte más negra, o ennegrecida, de su mandato, se enfadó con quienes le hacían preguntas

Mariano Rajoy. / EFE
El arte electoral de Mariano Rajoy, que luego sería presidente del Gobierno de la nación, tras el fracaso económico que arrastró a José Luis Rodríguez Zapatero, tuvo su esplendor cuando llevó a la presidencia del país a José María Aznar. Su modo de armar aquella campaña hizo de Rajoy un personaje más importante que el que lo precedía como ministro y como funcionario. Su modo de hacer, y su modo de ser, su campechanía, lo hicieron apetecible a los periodistas que le fueron contemporáneos, a los que les regalaba primicias más o menos suculentas que en realidad eran como chascarrillos de bar.
Después de aquel éxito electoral yo mismo lo abordé en el Restaurante La Ancha de Madrid, una especie de sucursal del Parlamento. Él se estaba yendo, con el puro en ristre, pues entonces se podía fumar en los sitios, y como periodista que soy quise saber cómo alimentó aquella campaña llena de inteligencia y dominio.
Le pareció que la pregunta meritaba una sentada, así que buscó una silla, mejoró la temperatura del puro y me explicó con detalle qué hizo para que Aznar, que no era un hombre simpático, tuviera entonces ciertas dotes de mando e incluso de campechanía. Era un milagro. Mariano Rajoy habló mucho rato, y yo se lo agradecí, naturalmente, porque no era fácil, ya entonces, que un político en ejercicio tuviera paciencia para sentarse con un reportero que, por otra parte, ni le iba ni le venía.
Luego lo vi algunas veces, siempre después de comidas, e incluso hemos sido vecinos en las afueras de Madrid, donde él sigue corriendo a su manera, es decir, despacio, con la lentitud ensayada de los veteranos. En aquel entonces, cuando fumaba puros en los restaurantes, era un hombre ocurrente y simpático, de modo que esta vez que supe que ese hombre iba a volver a las Cortes para ponerse a tiro de antiguos colegas suyos, me dieron ganas de escucharlo. Con las mismas ganas con que hubiera esperado una charla de aquellas en las que su facundia fumaba en puro.
Así que me dispuse a verlo por la televisión, donde iba a explicar, o no, y la verdad fue que no, la parte más difícil de su vida política. Desde que el expresidente que afrontó la grave crisis del 155 y aledaños empezó a hablar, o a dejar de hablar, me llevé una decepción enorme. La retranca que lo hizo famoso, e incluso divertido, aquella que lo llevó a hacer pareados con Aitor Esteban, entre otros, desapareció muy pronto de su semblante. E incluso de sus deseos de conversar. Pues ante él, poco a poco, empezó a ver a fieras corrupias que lo querían mal, y se olvidó de la esencia del Parlamento, e incluso del periodismo, que es la de ofrecerse (desde el lado de allá de la política) a explicar lo que quieran saber sus señorías o, también, los periodistas que han de contar a los súbditos la esencia de lo que pasó. Rajoy fue responsable de lo que pasó, para bien o para mal, y si él no lo cuenta bien siempre se sabrá mal lo que hizo.
Un servidor público es un servidor público, y él no lo ha dejado de ser, pues jamás se dejan de tener culpas o parabienes si tú has sido un personaje fundamental de tu país. Cualquiera no sirve para explicar lo que sabes tú y no sabe el otro. Tampoco puedes decir que no tienes ganas de sentarte ante los que quieren saber de ti, como persona de primera mano que eras, detalles que quizá sean interesantes para el futuro de la nación e incluso de las hemerotecas.
Como aquello no le gustó, desde el principio, Rajoy se puso a deplorar aquello que no le gustara de los preguntantes. Es cierto que a veces hubo altibajos, e incluso altibajos muy bajos, entre los que lo pusieron entre la espada y la pared. Pero aquel Rajoy que supo tanto de pronto se vengó de los que querían saber como si estos estuvieran requiriéndole sobre asuntos que eran de su dominio doméstico o secreto. Era la Patria la que le estaba preguntando.
Así que se armó un guirigay del que él salió rabiando, e incluso pidiendo elecciones, como si él estuviera en tiempo de urnas. Rajoy enfadado es peor que Rajoy, y esta vez, en las Cortes, adonde fue convocado para explicar la parte más negra, o ennegrecida, de su mandato como presidente del Gobierno de la Nación, aquel hombre que era capaz de contar cualquier cosa como si la hubiera sabido de niño se enfadó con quienes le hacían preguntas como si hubiera ido allí para otra cosa que para preguntar. Los suyos lo trataron como un héroe vilipendiado sin razón, y los otros quedaron en verse con él cuando él dijo que no los quería ver ni en pintura, ni allí ni en ninguna parte.
Ahora que han pasado unas jornadas del suceso, que fue lastimoso e injusto con la Patria, resulta extraordinario pararse a pensar que algo que parecía un secreto (la identidad de aquel MPuntoRajoy) fuera revelado por el ministro que a Rajoy mejor le guardaba los secretos. Lo soltó aquel ministro, pero ya no estaba Rajoy, se había enfadado el hombre que hace años pasó por las Cortes como si fuera Kim de la India, el amigo de todo el mundo. Ahora ya se sabe que él fue, en efecto, M. Rajoy. A lo mejor un día lo tiene que decir él mismo, le guste o no le guste.
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