Opinión | PENSAMIENTO PERIFÉRICO

Astrid Barrio

Astrid Barrio

Profesora de Ciencia Política de la Universitat de València. Miembro del Comité Editorial de EL PERIÓDICO

¿Patrimonialismo o razón de Estado?

Cabe preguntarse si es posible que la política de Trump sea tan contradictoria que pueda destruir algunos de los fundamentos del Estado y reforzar otros de manera simultánea

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, habla ante el Congreso de Estados Unidos

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, habla ante el Congreso de Estados Unidos / Europa Press/Contacto/Carol Guzy

A pesar de que son muchos los que parecen tener claro como caracterizar la política de Donald Trump y cuáles son sus intenciones tanto en el ámbito doméstico como en el internacional yo debo reconocer que sus actuaciones en ambas arenas me generan mucha confusión por las numerosas contradicciones internas en que incurre, si tomamos como referencia la teoría. Hay quien considera que su política interior es populista, nacionalista, iliberal, autoritaria, lo cual guarda una cierta coherencia, pero, en cambio, su política internacional es definida con una amplia gama de adjetivos, tales como realista, pragmática, no intervencionista, imperialista, proteccionista, mercantilista y hasta se ha asimilado a la teoría del loco, una praxis asociada a la política exterior de Richard Nixon consistente en hacer creer a los otros que el propio comportamiento es errático, volátil e irracional y que, ante el temor a una respuesta imprevisible, favorecer, por parte de los otros, posiciones favorables a los propios intereses.

Ante la abundancia de las interpretaciones acerca la política de Trump, en ocasiones errática, una de las más sugerentes es que esta sería de naturaleza patrimonialista, un concepto inicialmente teorizado por Max Weber y que se refiere a una forma de dominación política tradicional caracterizada por un ejercicio personalista del poder y por una difuminación de las fronteras entre lo público y lo privado. Han sido los politólogos Stephen E. Hanson y Jeffrey S. Kopstein los que han actualizado y popularizado este concepto primero en su artículo Understanding the Global Patrimonial Wave publicado en Perspectives on Politics y más tarde su libro The Assault on the State: How the Global Attack on Modern Government Endangers Our Future,. Para ellos el patrimonialismo sería un tipo de régimen en el que el poder se concentra en manos de un único líder o de una reducida élite dirigente que ejerce el poder de forma personalista, en la que los recursos estatales son tratados como una propiedad del gobernante o de su círculo y en los que las instituciones formales, bien sean normas, bien sean organizaciones burocráticas y/o tecnocráticas, se subordinan a la voluntad del líder. Y a diferencia de Weber que consideraba esta una forma de dominación arcaica, este nuevo patrimonialismo sería compatible con el Estado contemporáneo en sus diversas formas de manera que podría darse tanto en sistemas democráticos como en sistemas autocráticos. De hecho, ellos consideran que el origen de estas prácticas está en los antiguos países del bloque soviético, empezando por Rusia, y que se han ido extendiendo y se han visto agravadas por el covid hasta llegar a afectar incluso a Estados Unidos, una de las democracias más antiguas del mundo, bajo el mandato de Trump.

Efectivamente, y así lo han sostenido estos autores pero también Francis Fukuyama en sendos artículos recientes en el magazine Persuasión, la política de Trump tiene mucho de patrimonialista desde su primera presidencia. Ya entonces situó a familiares como su hija Ivanka Trump o su yerno Jared Kushner en posiciones influyentes en su administración, su estilo de liderazgo es personalista y ha priorizado los lazos personales a los institucionales o formales, al igual que sus intereses económicos particulares o los de su círculo de confianza confundiendo los contornos de lo público y de lo privado, al tiempo que ha desdeñado el papel de los expertos y de la burocracia, algo que puede ser interpretado como un intento de demoler la autoridad burocrática con el objetivo de introducir el principio de la lealtad personal como paso previo a la apropiación de los medios de administración estatal. Unas prácticas todas ellas que atentan contra los cimientos del Estado entendido como un constructo moderno. Ahora bien, sus ideas sintetizadas en los eslóganes América First o Make America Great Again sugieren que, al menos aparentemente, muchas de sus actuaciones no se guiarían por una lógica patrimonialista que destruye los cimientos del Estado moderno sino más bien por la vieja razón de Estado, entendida esta como el conjunto de acciones encaminadas a conservar y a ampliar su poder. De hecho, muchas de sus decisiones recientes tanto en política interna como en política internacional parecen perseguir la defensa de los intereses nacionales y operar de acuerdo con esa lógica, por mucha incertidumbre y efectos indeseados que puedan generar. Y no hay que olvidar que la razón de Estado también es uno de los fundamentos del Estado moderno. En consecuencia, cabe preguntarse si es posible que la política de Trump sea tan contradictoria que pueda destruir algunos de los fundamentos del Estado y reforzar otros de manera simultánea. Eso parece solo que hasta ahora no hay más que un referente capaz de conciliar dos tendencias aparentemente opuestas, el patrimonialismo y la razón de Estado, y no es otro que la idea recogida en la expresión atribuida al Rey Sol, el Estado soy yo.