Opinión | ASUNTOS PROPIOS
Núria Navarro

Núria Navarro

Periodista

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Santiago Gerchunoff, ensayista político: "Me da más miedo la vuelta de las monarquías que del fascismo"

Su libro 'Un detalle siniestro en el uso de la palabra fascismo' señala la parálisis de la izquierda

El gesto de Elon Musk en los actos de investidura de Trump que recuerda al saludo nazi

Trump comparte en sus redes un vídeo de Gaza convertida en un resort hecho con inteligencia artificial

Santiago Gerchunoff, en Barcelona.

Santiago Gerchunoff, en Barcelona. / Jordi Cotrina

A Santiago Gerchunoff, profesor de Teoría Política en la Universidad Carlos III, le llamó la atención la multiplicación del uso de la palabra «fascista». Él mismo la utilizaba, pero notó que había algo raro detrás. Una emoción (paralizante). Su reflexión nutre el libro 'Un detalle siniestro en el uso de la palabra fascismo' (Anagrama): 80 páginas que han dado para conversación en las redes.

¿Qué tiene de siniestro el uso de la palabra 'fascismo'?

Cuando uno la usa, cree estar haciendo algo solidario, pero la finalidad es salvar nuestra imagen moral, situarte en el 'lado correcto de la Historia', corrigiendo de forma siniestra (y sin saberlo) a las verdaderas víctimas del fascismo del siglo XX.

"Al usar compulsivamente la palabra 'fascismo', estamos corrigiendo injustamente a las víctimas del fascismo del siglo XX"

Un ejemplo resultaría iluminador.

No es que vayas por la calle, veas a unos señores con traje y gomina que linchan a un extranjero y los separes al grito de «fascista», es que miras una serie de Netflix y posteas en un tuit que el guionista es un "fascista". No eliges un "¡qué cabrón!", sino un "¡fascista!" porque da un goce. Nos hace sentir poderosos en términos de intervención en la Historia. La emoción al decir "fascista" no es la de estar parando una injusticia, es la de estar parando un Auschwitz.

Trump, Musk y Putin no se mueven en la ficción.

No digo que no sea grave lo que tenemos enfrente, es más, puede ser más peligroso que el fascismo. De lo que hablo es de esa idea profética de la izquierda en la que parece que el conocimiento de la Historia del siglo XX nos da un mapa que permite interpretar los signos del presente y prever lo que va a ocurrir.

"La izquierda se identifica con un momento partisano, de guerra, y quien venció al fascismo no fue la izquierda"

¿No era que quien no recuerda la historia está condenado a repetirla?

Es una idea problemática. En este cuarto del siglo XXI tenemos una especial fijación con el desastre de la primera mitad del siglo XX, seguramente porque fuimos formados en un gran macizo de películas y libros. De ahí sacamos nuestros ideales de heroicidad, de bien y de mal, de traición. Eso nos sumerge en una especie de hipnosis en la que, ante cualquier cosa que no comprendemos, tenemos el reflejo de hacer analogías con aquel pasado. La izquierda se identifica con un momento partisano, de guerra, y recordemos que quien venció al fascismo no fue la izquierda.

El frente oriental, capitalista no era.

Fue una victoria militar. Lo lógico sería que la izquierda hiciera una analogía con el siglo XIX, cuando apreció el socialismo como un proyecto de futuro, con una interpretación de la disrupción del momento para cambiarla de signo en favor de la emancipación. Sin embargo, lo que la moviliza es el miedo a que venga un monstruo. Es un lugar de resistencia. 

"La derecha sí tiene una interpretación del presente, de la disrupción tecnológica y, aunque nos pueda horrorizar, una visión de futuro"

La nueva derecha también resignifica palabras. Libertad, comunismo, paz…

Tuve la tentación de hacer una simetría con la palabra 'comunismo', porque efectivamente también la nueva derecha emite señales de alarma sobre la posibilidad de la llegada del mal absoluto y el gulag, pero es la izquierda la que está despistada. La derecha sí tiene una interpretación del presente, de la disrupción tecnológica y –aunque nos pueda horrorizar– una visión de futuro.

Tiene también el impudor de replicar el saludo nazi en los atriles.

Es una provocación. Imagine que una norma dijera: "Si hace usted el saludo así, es fascista y si no, no". ¿Qué pasaría después? No nos lleva a la movilización. La izquierda está hipnotizada en una posición defensiva y partisana frente a todo lo que le ataca y no se plantea de verdad lo que está ocurriendo: la transformación tecnológica, la posibilidad del fin del trabajo, el agotamiento de los recursos del planeta. Ha llegado a tal punto la compulsión que los acontecimientos realmente injustos solo se hacen visibles cuando le encuentran un paralelo entre 1914-1945.

"Lo que ha sostenido electoralmente a la izquierda ha sido el miedo"

El feminismo, el ecologismo, el decolonialismo son una lectura de la realidad.

Ese discurso es liberal, tiene que ver con la defensa de los derechos individuales. La izquierda coincidió con el proyecto liberal clásico y sumó a sus demandas la defensa de las minorías, pero eso no constituye un proyecto colectivo. Lo que hoy sostiene electoralmente a la izquierda es el miedo. Hasta que no tenga una idea sobre la tecnología lo tiene difícil. La derecha va muy por delante.

Es la propietaria de la tecnología.

El siglo XIX, la posición de Marx y Engels ante la disrupción del momento, viendo el trabajo infantil en las fábricas, no fue de miedo. La actual hipnosis es el síntoma de la incapacidad para diagnosticar los desafíos del presente. Con señalar algo como fascista no contribuyes al bien del mundo, sino que ganas la dignidad de haberlo dicho.

¿No abriga usted ningún temor?

Temo por mis hijas al futuro del trabajo. Y temo más la vuelta de las monarquías que del fascismo. Teóricos de Trump como Curtis Yarvin o Peter Thiel dicen abiertamente que sería mejor que hubiera monarquías y no más democracias constitucionales.

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