Opinión | Gárgolas
Josep Maria Fonalleras
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Lecturas alemanas

Más de diez millones de votos y más de un 20% para AfD son cifras estremecedoras, se mire como se mire

Mapa de la ultraderecha en las elecciones de Alemania 2025: dónde ha tenido más votos la AfD

Alice Weidel: así es la líder del partido de extrema derecha AfD

Alice Weidel

Alice Weidel / SOEREN STACHE - DPA

Una de las lecturas que nos dejan las elecciones alemanas es previa a los resultados. Se trata del interés que despertaron en muchos medios de comunicación, que percibieron la posibilidad cierta de que la extrema derecha pasara a tener un papel preponderante en el futuro gobierno. Decir Alemania y decir extrema derecha es, como no ocurre en ningún otro lugar (bueno, también en Austria, pero en un estadio inferior), rememorar el fantasma del pasado más oscuro. Las encuestas pronosticaban un notable avance de Alternativa para Alemania (AfD) y eso, innegablemente, era noticia. Todos conocemos el aumento del voto extremo, pero he aquí que, si ocurre en Alemania, el temor se dispara. Que yo recuerde, nunca había habido un seguimiento similar, porque, entre otras cosas, las elecciones alemanas eran, hasta hace poco, aburridas, producto del péndulo ideológico entre conservadores y socialistas con la bisagra de los liberales. Esta vez, el fantasma estaba más cerca que nunca.

Las lecturas posteriores han sido diversas y, en ocasiones, contradictorias. Hay quien ha alabado el aumento de la participación como el mecanismo que ha mantenido firme, todavía, la posibilidad de una coalición que se desmarque de la extrema derecha. Pero resulta que es AfD quien más se ha beneficiado de los votos (1.810.000) procedentes de los que antes no votaban. Algunos han recalcado la eufórica resurrección de Die Linke, sobre todo entre los más jóvenes. Resulta que sí, que 1 de cada 4 de los votantes de 18 a 24 años ha elegido a la izquierda, pero 1 de cada 5 ha votado por AfD, el partido que gana en las franjas que van de los 25 a los 45 años. Los partidos mayoritarios solo tienen porcentajes más altos entre los mayores y solo de forma abrumadora a partir de los sesenta y entre los ancianos. No son datos para el optimismo, como no lo es el cambio de color drástico en Alemania del Este, a favor de Alice Weidel.

Más de diez millones de votos y más de un 20% son cifras estremecedoras, se mire como se mire. Ante este hecho, es interesante ver cómo los analistas optan por dos formas diferentes de observar el fenómeno. Alguien que ha estudiado tan bien el auge de la extrema derecha como la periodista Alba Sidera afirma que "flirtear con el nazismo ya empieza a ser 'mainstream'", es decir, ya no hay disimulo. "En Italia", dice, "ya hace tiempo que el fascismo dejó de ser un tabú para convertirse en un reclamo". En otro análisis, el filósofo Joan Burdeus escribe que "no es muy útil hablar de los saludos nazis de Musk o Bannon como si el proyecto fuera volver a montar campos de concentración con cámaras de gas", porque lo que está pasando "es algo nuevo y diferente, aunque tiene continuidades con el fascismo clásico". Para él, "el nazismo cumple la función de fantasía cultural descontextualizada". Sirve para comunicar "el mensaje supremacista", pero la cuestión de fondo es otra, ligada a un feroz neoliberalismo. Quizá los dos tengan razón. La alianza de la llama errática de los fuegos fatuos de la esvástica y el vivo incendio calculado de la depredación capitalista.

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