Opinión | Obituario
Agnès Marquès

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Periodista

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'La Viqui', la suerte de tantos

“Los olvidados”, los llamaba. Pero para ella tenían nombre y apellido, y ayudarlos en su día a día era su motor

Muere Viqui Molins, fundadora del Hospital de Campaña de Santa Anna

BARCELONA 05/02/2015 MONJA VICTORIA MOLINS QUIEN MAÃ?ANA SERA INVESTIDA HONORIS CAUSA POR LA RAMON LLULL TRABAJA EN EL RAVAL CON LOS MAS DESFAVORRECIDOS POBLES FOTO JOSEP GARCIA. PUBLICADA EPC 07/02/2015 P 38PUBLICADA EPC 07/02/2015 P 6

BARCELONA 05/02/2015 MONJA VICTORIA MOLINS QUIEN MAÃ?ANA SERA INVESTIDA HONORIS CAUSA POR LA RAMON LLULL TRABAJA EN EL RAVAL CON LOS MAS DESFAVORRECIDOS POBLES FOTO JOSEP GARCIA. PUBLICADA EPC 07/02/2015 P 38PUBLICADA EPC 07/02/2015 P 6 / Bcn

Victòria Molins ha sido 'la Viqui'. Así la hemos conocido todos: compañeros, amigos y personas anónimas a quienes ha dedicado su vida. Es difícil de clasificar, pero diría que Viqui ha sido una suerte para muchas personas. Una mujer de fe, sí, pero también una 'rara avis' dentro de la Iglesia.

La primera vez que fui a su casa, me enseñó el pequeño altar donde rezaba por todos sus 'hijos': presos, personas sin hogar y drogadictos. “Los olvidados”, los llamaba. Pero para ella tenían nombre y apellido, y ayudarlos en su día a día era su motor. Les dedicó su vida con un estilo de fe y servicio a la comunidad que la convirtió en una monja rebelde, algo que le costó más de una reprimenda dentro de la institución. Un alma adorablamente rebelde desde pequeña, en el seno de una familia numerosa, y siempre fiel a su propia manera de entender la religión: no desde los altares, sino desde la calle.

Fiel a esa idea, vivió muchos años en la calle de la Cera de Barcelona, en pleno barrio viejo, y creó el hospital de campaña de Santa Anna, también en la ciudad. Escuchó y abrazó a los más desfavorecidos cuando nadie más lo hacía. A veces, incluso en los últimos momentos de la vida de estas personas sin nombre, quien estaba a su lado era Viqui. Esa soledad y ese olvido no podía tolerarlos.

Pero nunca hablaba de su entrega. Hablaba, en cambio, del amor que recibía de esas personas. "Son tan guapos", la oigo decir aún cuando me contaba historias de la cárcel, donde visitaba a los internos con quienes establecía vínculos prácticamente familiares. Y lo decía agarrándote del brazo con fuerza y con una sonrisa que siempre fue juvenil, para que no pasara desapercibido su mensaje: incluso quienes han cometido los peores errores merecen una oportunidad.

Con ella se hacía evidente que el amor devuelve más amor. En su cruzada por hacer un mundo más humano, 'la Viqui' conectaba personas, ideas, proyectos. Unía almas, enlazaba mundos que a menudo ni se miran y otros que, aunque estén muy cerca, muchas veces no se ven. Tenía una agenda repleta y conocía a todo el mundo. Y si te pedía que te involucraras en alguna causa, era imposible decirle que no. Acababas hasta el cuello, sí o sí. Viqui tenía un enorme poder de persuasión porque su pasión era contagiosa.

A pesar de la doctrina de la Iglesia, la sensación es que Viqui fue una mujer libre, y que, si no hubiera tenido fe, habría dedicado su vida igualmente a recorrer el mundo y ayudar a los más desfavorecidos. Era una activista de las personas. Y lo habría hecho como lo ha hecho desde la fe, hasta que su corazón fue debilitándose.

En su último mensaje me recordaba con simpatía que era mi “amiga monja que ya está muy mayor pero que todavía vive”, y me pedía que la llamara porque quería contarme algo que tenía entre manos. Ahora la recordaré siempre el día que fuimos con su querido amigo Albert Om a celebrar sus 78 años. Chocolate con churros y una sonrisa enorme.

"También rezo por ti", me dijo otro día.

Cuántas almas ha salvado 'la Viqui' no lo sabremos nunca, pero la Iglesia no podrá agradecérselo lo suficiente.