El apocalipsis de la Estupidez Artificial
Lo difícil llega cuando sabes que la aceleración de estas tecnologías tiene un impacto demencial en el planeta, pero también en los que lo habitan: no hay que ser un lumbreras para ver que la siguiente crisis ocupacional vendrá por ahí
Aumenta el uso y el optimismo sobre el potencial de la IA en España

Archivo - Inteligencia Artificial / FUJITSU - Archivo
Hace más de setenta años, Roald Dahl, a quien conoceréis por su fábrica de chocolate o por sus gremlins, inventó en un cuento de ficción la Inteligencia Artificial, el ChatGPT y todo lo demás. Así que puedo decir que por su culpa quizá yo pierda el trabajo.
El relato, titulado 'El gran gramatizador automático', que publicó en febrero de 1952, es aterrador. Un genio de las matemáticas trabaja en una empresa informática que inventa servicios avanzadísimos, y muy rentables, de cálculo. Sin embargo, no es feliz. ¿Por qué? El jefe piensa que es porque lo ha dejado la novia, pero en realidad él tiene una ambición íntima: quiere ser escritor. Por eso empieza a desarrollar una maquinita que no se centra en los números, sino en las letras. En poco tiempo, parece factible que esta invente cuentos. El jefe se muestra escéptico: “¿Quién diablos va a comprar una máquina que escriba relatos? Además, ¿qué dinero nos produciría?”. El genio le explica que “los cuentos son un producto más, como las alfombras o las sillas”. Hace cálculos con el dinero que obtendrían si ellos son los únicos que venden relatos a editoriales y revistas: “¿Por qué no absorbemos a todos los escritores del país?”. Después de unas pruebas, el ingenio funciona: introduciendo en la máquina tema o estilo (mezcla de Faulkner y Hemingway), saca una historia en pocos minutos. Los autores del país, que viven en precario, venden sus firmas a la empresa. El relato acaba con el narrador lamentándose: vienen a por él y le pide a dios la fuerza para no venderse.
El mismo día que leía esta historia, en los cuentos completos del escritor, vi un telediario con mi hijo de siete años. Ante una confusa noticia sobre la IA, le dije: pues es algo así como que los ordenadores harán todo el trabajo y mucha gente se quedará en el paro. Y luego añadí: por ejemplo, yo. Y recordé el cuento de Dahl.
Al día siguiente leí una interesantísima entrevista publicada en 'Contexto'. Wim Vanderbauwhede, especialista en informática sostenible de la Universidad de Glasgow, se preguntaba: “¿Queremos quemar el planeta para producir ilustraciones baratas con IA?”. El investigador hablaba del enorme consumo de energía de estas inteligencias artificiales. Para usarlas, se necesitan más chips, más centros de datos, más electricidad. Dado que el 70% de esa energía viene de combustibles fósiles, podemos decir que se necesita quemar mucho carbón para hacer un divertido vídeo de Ayuso disfrazada de Godzilla arrasando Madrid a lomos de un toro de Osborne. El tipo ha acuñado el término “informática frugal”. Es decir, como pasa con casi todo lo malo, lo que tenemos que hacer es parar quietos (o al menos controlarnos).
Más que para hacer chistes o trabajos del colegio, la Inteligencia Artificial es convincente cuando te la explican para campos como la atención médica o para maniobras como democratizar servicios elitistas que solo se pueden permitir unos cuantos. Ahí sí ves sus virtudes. Lo difícil llega cuando sabes que la aceleración de estas tecnologías tiene un impacto demencial en el planeta, pero también en los que lo habitan: no hay que ser un lumbreras, ni un paranoico, para ver que la siguiente crisis ocupacional vendrá por ahí. Conozco a buena gente que trabaja en este sector y que integra un uso responsable en su discurso. Lo malo es que, como en todo, son minoría.
Al resto solo nos queda esperar. Para empezar, porque no lo entendemos bien. Dijo Arthur C Clarke, otro escritor visionario, que “toda forma de tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”. Y, de hecho, toda la estupidez y maldad lo suficientemente descarada y voraz también lo es. Un amigo de Gijón, por ejemplo, escribió una novela hace años titulada 'La magia de los hijos de puta'. Al final le cambió el título ('Érase una vez el fin') y yo se la recomiendo. Creo que ni la máquina de Dahl ni la IA podrían haberla escrito.
Espero que los estudios demuestren que la imaginación no es solo cálculo estadístico y que ustedes puedan leerme durante mucho tiempo. Un momento, llaman a la puerta. Acabo de ver por la mirilla a un robot con jersey de cuello de cisne y una pipa colgada de los labios: creo que quiere quitarme el trabajo.
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