Opinión | Gárgolas
Josep Maria Fonalleras
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La quimera Orriols

Si todo es tan negativo y nefasto, como dice el comunicado de Junts, ¿por qué han vuelto a descarrilar la posibilidad de sustituir a la alcaldesa?

Sílvia Orriols, líder de Aliança Catalana, frente al Ayuntamiento de Ripoll.

Sílvia Orriols, líder de Aliança Catalana, frente al Ayuntamiento de Ripoll. / JORDI OTIX

Hace poco menos de dos años asistí al pleno del Ayuntamiento de Ripoll que debía elegir al alcalde. O a la alcaldesa, para ser más precisos, porque tanto podía serlo Silvia Orriols como Manoli Vega, la candidata de Junts, o Chantal Pérez, la representante de ERC. Hace un año, escribí un artículo en el que trataba de describir la superficie que rodeó la irrupción de Orriols, después de unos días intensos y extraños en los que se mezclaron las intrigas de la villa, los intereses partidistas y las dudas ontológicas de Junts, que no decidió hasta el último momento (justo antes de entrar en la sala de plenos, como quien dice) si acabarían otorgando el poder municipal a la dirigente de Aliança Catalana. 

En este tiempo, la formación se ha expandido más allá de Ripoll, ha entrado en el Parlament de Catalunya y ha practicado la estrategia sistemática de afrontar cada episodio de su actividad pública como una batalla contra la intolerancia, con la defensa espuria y que ya conocemos todos de palabras como "libertad". Y con la ayuda inestimable de todos aquellos que, en lugar de ignorar su presencia, aprovechaban la ocasión para hacer temblar los frágiles cimientos de las carpas publicitarias. 

El caso Orriols puede describirse a partir de tres premisas: el ejercicio de un milenarismo patriótico; los gestos groseros y las expresiones ordinarias, chapuceras, fuera del ámbito estricto de la cortesía política; y una convicción firme en el encendido discurso de la xenofobia y la exclusión. Hay, pues, en el relato de Orriols y de sus acólitos, una atmósfera de irredentismo folclórico, unos aires fachendas y al mismo tiempo ridículos (las barretinas, el juramento sobre una hipotética y medieval “constitución catalana”), un discurso chillón y radical (en el fondo y en la forma, con una dicción estridente y un retintín musical ciertamente desagradable), y una contundencia ideológica y táctica que apuesta por no admitir ningún error, con la asunción de un argumentario que se acerca al concepto de pureza

Ahora, como ocurrió en 2023, Junts ha vuelto a descarrilar la posibilidad de sustituir a Orriols como alcaldesa. Como entonces, cuando ya parecía que todo estaba hecho, rehuyeron el pacto con unos argumentos débiles, inconsistentes. Hablan del "victimismo" que la moción de censura habría generado en el seno de AC y del hecho de que, apartada de la alcaldía, Orriols podría "atizar una confrontación social de difícil reconducción". Y no se dan cuenta de que ahora hará exactamente lo mismo, en sentido contrario. AC vive de este caldo: le da igual cuáles sean los ingredientes de la cazuela. Si todo es tan negativo y tan nefasto, como dice el comunicado de Junts, ¿por qué esta vez no han dado el paso? Quizá tengan que ver los resultados de una encuesta que estos días corría por Ripoll y que vaticinaba el aumento de diez puntos de AC (del 30% al 40%) y el descenso histórico de los de Puigdemont, en un feudo tradicional de Convergència, hasta un misérrimo 6% de los votos. Quizás sea tarde para detener una quimera que ya no es solo una pesadilla imaginaria.

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