Opinión | Política exterior en EEUU
Jesús A. Núñez Villaverde

Jesús A. Núñez Villaverde

Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).

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Trump ya sueña con el Nobel de la Paz

Para poner fin a la guerra en Ucrania, el magnate-delincuente-presidente ha iniciado un proceso de entendimiento con Putin sin imponerle la renuncia a ninguna de sus pretensiones territoriales

Medalla de oro del Premio Nobel.

Medalla de oro del Premio Nobel. / AP / Photo Fernando Vergara

Ya en su toma de posesión insistió en ser identificado como “el unificador y el pacificador” y desde 2015 viene repitiendo a menudo que es el primer presidente en décadas que no ha metido a su país en una nueva guerra. En esa clave supuestamente antibelicista hay que entender buena parte de su discurso en política exterior, cultivando una imagen de aparente pacifismo que pretende hacer olvidar tanto su cálculo mercantil -forzando a sus aliados europeos a dedicar el 5% a la defensa, confiando en que así les venderá más armamento-, como su apuesta militarista cuando la considera conveniente -apoyando, por ejemplo, sin fisuras a Netanyahu en la masacre que está desarrollando en Gaza o no descartando el uso de la fuerza para hacerse con el control de Groenlandia-.

Con la aspiración nada descabellada de hacerse merecedor al Premio Nobel de la Paz -un listado en el que no está Mahatma Gandhi, pero sí Menájem Beguín, Yaser Arafat o Henry Kissinger-, Trump se afana ahora mismo en dos direcciones: Ucrania y recorte del gasto militar.

Con su plan para poner fin a la guerra en Ucrania el magnate-delincuente-presidente dice buscar una paz justa. Para ello, en función de lo que ha anunciado hasta ahora, acaba de iniciar un proceso de entendimiento directo con Vladímir Putin sin imponerle la renuncia a ninguna de sus pretensiones territoriales, mientras a Volodímir Zelenski le hace saber que debe aceptar de partida la pérdida de al menos el 20% de su territorio y la renuncia a entrar en la OTAN. En otras palabras, bendice el uso de la fuerza militar contra un Estado soberano, mientras abusa del segundo, aprovechando que sin la ayuda estadounidense Zelenski sabe que está condenado a la derrota y, de paso, procura asegurarse el control de la riqueza ucraniana en la explotación de sus tierras raras. Da igual si como resultado de ello da una nueva patada a la legalidad internacional y deprecia otra vez a sus aliados europeos.

Por otra parte, Trump ya ha deslizado su invitación a Rusia y China para acordar un recorte a la mitad del gasto en defensa de las tres potencias, con especial énfasis en la reducción de sus respectivos arsenales nucleares. En principio, podría parecer una buena noticia porque liberaría de inmediato un ingente volumen de recursos que podrían dedicarse a mejorar el nivel de bienestar y de seguridad de muchos millones de personas. Pero, como de costumbre, el problema está en los detalles. Ya en su primer paso por la Casa Blanca intentó implicar a China en un proceso de desarme nuclear, sin ningún éxito. Es elemental entender que un recorte de esas proporciones busca realmente mantener la considerable ventaja estratégica que Washington disfruta en la actualidad en materia de defensa, dado que mientras EEUU dedica anualmente unos 900.000 millones de dólares a ese capítulo, se estima que China no sobrepasa los 300.000 y Rusia se mueve en el entorno de los 140.000. En el terreno nuclear, la congelación de los arsenales actuales o su reducción a la mitad implicaría que Rusia seguiría siendo la primera potencia mundial (con unas 5.500 cabezas), seguida de EEUU con prácticamente el mismo número (5.000), mientras que China no acumula más de 500. En resumen, Trump ya puede dar por hecho que China, el principal rival de Washington por la hegemonía mundial, rechazará cualquier propuesta en este sentido, al menos hasta que se sienta a su mismo nivel en capacidades militares.

¿Considerarán los miembros del Comité Nobel que es así cómo se construye la paz?

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