Opinión | Editorial
Editorial

Editorial

Los editoriales están elaborados por el equipo de Opinión de El Periódico y la dirección editorial

Por qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Trump y Ucrania: expectativas y dudas

Lo razonable es esperar tras cada ocurrencia. Pero no es un buen comienzo empezar con cesiones a Putin

El presidente de EEUU, Donald Trump, y el de Rusia, Vladímir Putin, durante una reunión en 2018.

El presidente de EEUU, Donald Trump, y el de Rusia, Vladímir Putin, durante una reunión en 2018. / ANATOLY MALTSEV / EFE

Es comprensible que la iniciativa de Donald Trump para terminar con la guerra de Ucrania haya generado enorme interés, rechazos y miedos, tanto en el ámbito diplomático como entre la opinión pública. La contundencia con la que el presidente estadounidense ha prometido acabar con una devastadora guerra de tres años genera expectativas lógicas. En ucranianos y rusos, pero también en buena parte de la opinión pública europea que ha visto cómo la ayuda económica y militar al gobierno de Volodímir Zelenski no le permitía ganar la guerra. Más de 10.000 civiles ucranianos han muerto desde que comenzó la invasión, cerca de siete millones de ciudadanos huyeron al extranjero y las cifras de soldados fallecidos supera los 75.000 para Ucrania y los 200.000 para Rusia. Sin embargo, donde debería haber optimismo, los primeros anuncios de Trump oscurecen el panorama ante el peligro que entraña una negociación con el agresor si se hace en detrimento del agredido y sin involucrar a los europeos. 

Como en casi todas las iniciativas que Trump lleva a cabo, resulta difícil separar las palabras de los hechos. Entre otras razones, por el ritmo vertiginoso con el que el presidente norteamericano acumula propuestas, amagos y amenazas en el plano internacional. Lo razonable, ante semejante vorágine, es no reaccionar en caliente ante cada propuesta u ocurrencia, sino verlas venir hasta comprender cuáles son sus verdaderas intenciones. Lo ocurrido con los aranceles contra México y Canadá, aplazados a las pocas horas, o con el anuncio de un insólito plan para Gaza, aconseja actuar con prudencia. Esta prudencia ha presidido, por el momento, la respuesta del propio presidente ucraniano, de la Unión Europea y del secretario general de la OTAN a pesar de que Trump se haya mostrado dispuesto a ceder todo o parte del terreno ucraniano conquistado militarmente por Moscú. Todo ello después de una larga conversación con Vladímir Putin, de la que no han trascendido los detalles, pero que precedió a los contactos con Zelenski. La sorpresa ante este insólito modo de comenzar la negociación, anticipando concesiones, ha provocado estupor en numerosas cancillerías occidentales. Hasta el punto de que el secretario de Estado norteamericano se vio obligado a rechazar que la propuesta de Trump suponga una «traición», durante su visita a Europa, sin que nadie, ni en Kiev ni en Bruselas, se hubiese atrevido a utilizar este término en público.

Terminar con la guerra de Ucrania es un objetivo encomiable y todo el mundo sabe que la paz no puede alcanzarse sin involucrar en ella a EEUU. Sin embargo, para los ucranianos que han sacrificado miles de vidas en defensa de su soberanía, y para la UE, que ha hecho de su apoyo a Kiev un factor de identidad, un acuerdo bilateral entre Trump y Putin no puede ser acatado incondicionalmente. Aspirar a la paz ahora es un planteamiento que puede contar con el apoyo de la opinión pública. Pero una paz sin garantías de seguridad reales para Ucrania, con EEUU declarando que no se implicará en ellas y con compensaciones a cargo del agredido que hipotequen su reconstrucción (las tierras raras que reclama Trump como pago) tiene demasiados elementos para temer que ni sea duradera, ni un precedente disuasorio para otros conflictos que se avizoran.