Opinión | La espiral de la libreta
Olga Merino

Olga Merino

Periodista y escritora

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San Valentín en los tiempos del turbocapitalismo

Los vínculos afectivos han experimentado un vuelco extraordinario en el último siglo. La intimidad se ha mercantilizado y el amor romántico parecería muerto y enterrado. O casi

Día de San Valentín, en Bangkok, Tailandia

Día de San Valentín, en Bangkok, Tailandia / REUTERS/CHALINEE THIRASUPA

Aunque los catalanes somos más de Sant Jordi, de rosa y libro, que de las flechas de Cupido, lo cierto es que van en aumento los restaurantes que anuncian cenas románticas para celebrar San Valentín, de la misma forma que Mercadona ofrece también en estos predios el postre estrella para endulzar la ocasión, por 6,60 euros: una tarta con forma de corazón rojo. La cuestión es consumir; las sociedades del turbocapitalismo han mercantilizado el amor y la intimidad, transmutándola en un ‘reality show’ continuo. Pienso en Montoya, en el vídeo viral que muestra al concursante batiendo el récord de los 100 metros lisos en la playa de las tentaciones después de que le hayan mostrado a su novia en la cama con otro, enfrascada en la tarea de adornarle la frente con una cornamenta de caza mayor. Me cago en el amor, decía una canción de Tonino Carotone. En estos tiempos neblinosos, la incertidumbre constituye la tónica general, que no solo se proyecta sobre la política, sobre los avances de la inteligencia artificial o sobre el futuro de un planeta que está cociéndose al pilpil.

En el último siglo, qué digo, en los últimos 50 años, los vínculos afectivos se han transformado lo indecible. Se ha erradicado el matrimonio de conveniencia (al menos en Occidente). No se precisan papeles para querer. La familia contemporánea adopta ahora múltiples formas. El género y el deseo se han subdividido en infinidad de matices. Aparecen fórmulas como el 'living apart together'; o sea, compromiso, sí, pero cada uno en su casa y coladas separadas. Se ha normalizado el hecho de disfrutar de varias parejas a lo largo de toda una existencia. Internet ha multiplicado las posibilidades de encontrar a miles de medias naranjas con un solo clic, mediante aplicaciones que también producen empacho, agotamiento e insatisfacción. Culto al cuerpo y, a la vez, cuerpos que no se tocan.

Entre los reajustes, hay quienes creen en el poliamor y quienes apuestan por la ‘agamia’; es decir, por afrontar la vida sin pareja. La soltería ha dejado de ser un estigma: en Nueva York, el 50% de la población vive sola, según la escritora Vivian Gornick; en España, hay más de 14 millones de personas solteras, según los datos más recientes del Instituto Nacional de Estadística. Investigaciones científicas, además, han redefinido el amor como un constructo sociocultural; la antropóloga y neurobióloga Helen Fisher, por ejemplo, sostiene que el sentimiento amoroso entre los humanos nació en parte por necesidad, cuando el australopiteco bajó de los árboles y aprendió a caminar: había que transportar a las crías en brazos y confiar, por tanto, en el otro para que acarreara objetos o recolectara frutos por el camino.

Parece, pues, que el amor romántico estaría muerto y enterrado. Aun así, hay quien no claudica, quien acepta el riesgo de entreabrir la puerta del corazón, quien siente que alguien le importa de veras, quien se asombra ante el pequeño dios que irrumpe sin avisar, como en aquel poema de Borges, ‘El amenazado’: «Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir […]. ¿De qué me servirán mis talismanes?».