Opinión | Gárgolas
Josep Maria Fonalleras
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El país no descubierto

Tres películas indagan en la muerte en el vigésimo aniversario de 'Mar adentro'

Una escena de 'Polvo serán', de Carlos Marquès-Marcet.

Una escena de 'Polvo serán', de Carlos Marquès-Marcet. / EPC

Muchas veces no se trata de una casualidad, sino de un signo de los tiempos, de una confluencia inesperada porque hay algo, en el ambiente, que es propicio a este tipo de lazos. O sí, quizás sí son casuales, porque antes no han hablado de nada, porque los proyectos, cada uno de ellos, anda por su cuenta, sin saber nada de los demás, y se encuentran por azar en una misma cartelera. Sin embargo, responden, seguro, a una cierta necesidad de abordar la temática que les es común. Hablo de tres películas que coinciden en el tiempo, estrenadas en los últimos meses, más o menos galardonadas, más o menos exitosas, más o menos alabadas por la crítica. Se trata de 'La habitación de al lado', de Pedro Almodóvar; 'Los destellos', de Pilar Palomero, y 'Polvo serán' de Carlos Marqués-Marcet. Quizás tampoco sea casual (o sí) que se hayan estrenado en el vigésimo aniversario de 'Mar adentro', uno de los primeros filmes que retrató la lucha por el derecho a morir dignamente.

Las tres películas indagan en “este país no descubierto que no permite regresar de sus fronteras a ninguno de los viajeros”, la definición que hace Hamlet de la muerte en el famoso monólogo del “Ser o no ser”. La muerte y el deseo de que el cuerpo “tan y tan sólido” se derrita o se disuelva “convirtiéndose en rocío”. O la inmediatez del final, no querido, pero inevitable, y la necesidad de convivir lúcidamente con él. Las tres nos hablan del proceso y de cómo afrontar el viaje, si seguimos la imagen shakespeariana. Y las tres intentan acercarse al desenlace a partir de una estética que podríamos llamar minimalista, a partir de muy pocos elementos, los imprescindibles. Ellas o ellos, el entorno, el desenlace y la vida que sigue su curso.

Almodóvar fracasa. Es capaz de convertir la muerte programada en un desfile de modernidad vacua y sin alma. Con diálogos imposibles y con una insoportable tendencia a la grandilocuencia, porque el 'menos es más' se convierte aquí en una hilera pretenciosa de citas, empezando por los muertos que dibujaron Joyce y Huston, que se levantarían de las tumbas para denunciar la apropiación indebida. En 'Polvo serán', en cambio, el camino hacia el suicidio asistido es una dolorosa danza de la muerte en la que asistimos al velatorio y al funeral, figurados, antes de llegar lentamente al momento decisivo, con parsimonia y frialdad y con resonancias de 'All that Jazz', de Bob Fosse, pero aquí con el contrapunto poético de una delicada Maria Arnal y con los movimientos sincopados y magnéticos de La Veronal. "Polvo serán", decía Quevedo, "más polvo enamorado".

En 'Los destellos' no hay amor pasional, dispuesto a todo, sino una estimación profunda por la persona, por aquel que se va y no volverá de las fronteras desconocidas. Estar junto a alguien que lo fue todo aunque se ha ido convirtiendo en una sombra de recuerdo, lejana. La muerte se encara a esa lejanía y la convierte en una piedad cercana, que no busca sino compartir la conturbación, sin alteraciones, sin acentos. Sólo el agradecimiento por estar allí, juntos, en el puerto, con la desconocida.

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