Opinión | Trabajo
Joan Roca Sagarra
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Talento y esfuerzo

Está ganando el discurso que la clave es seleccionar el talento, lo cual no provoca sino una discriminación en el origen mismo del contexto social y económico de la persona, porque el talento no deja de ser fruto de la formación adquirida

El ‘Tour del talento’ 2025 de la Fundación Princesa de Girona despegará en L’Hospitalet con el foco puesto en la inteligencia artificial

Leonard Beard.

Leonard Beard. / ELISENDA PONS. EPC

¿Quién no ha escuchado de grandes científicos o deportistas que sus resultados, más allá de su talento natural, son fruto de un esfuerzo continuado y muy duro? Famosa es la frase de Picasso que, al ser preguntado por qué trabajaba tantas horas, contestó que de este modo “cuando llegue la musa, que me encuentre trabajando”.

¿Estamos en nuestra sociedad magnificando el talento, por encima del esfuerzo? ¿O simplemente estamos olvidando la importancia del esfuerzo, la constancia y la perseverancia en el trabajo diario? Lo cierto es que, quizás por la influencia de los 'reality shows' ingleses y la obsesión de encontrar nuevas estrellas cada vez más jóvenes con un talento natural, se está imponiendo en nuestro lenguaje diario la palabra “talento” para significar capacidad de trabajo, capacidad de ofrecer resultados.

Es recurrente oír hablar de la captación y retención de talento en la gestión de los recursos humanos, que ven cómo los departamentos de Recursos Humanos cambian su denominación por el departamento de Talento y Bienestar, o por el departamento de Personas y Cultura, o por el departamento de Capital Humano y Talento.

La idea del “talento” se encuentra en el centro del discurso sobre la capacidad e idoneidad para trabajar en un trabajo concreto, lo cual parece obviamente necesario pero no suficiente: el esfuerzo y las ganas, la ilusión y la motivación, y sobre todo la constancia y la dedicación, han sido y son una constante en todos los ejemplos que conozco de superación y resultados.

Según el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia, el talento es “aptitud, capacidad para el desempeño o ejercicio de una ocupación”, y por tanto hace referencia a aquel don (natural u obtenido a través del estudio o la formación) que permite conseguir un hito. Pero como han venido diciendo artistas, deportistas o científicos, para la consecución de aquel hito es imprescindible el esfuerzo y la tenacidad, las ganas y dedicación destinados a aquel objetivo. A Larry Bird, en una entrevista, le preguntaron si se consideraba un jugador con suerte, y la respuesta fue contundente: “cuanto más entreno, más suerte tengo”.

Estos días se ha celebrado en La Farga de l'Hospitalet el 'Tour del Talento', dedicado a la gente joven y donde se han destacado los perfiles de una juventud con una gran sensibilidad por el bien común y unas ganas encomiables para mejorar el mundo, a partir de su dedicación a la gente más necesitada, al cambio climático o la innovación tecnológica en favor de los más desfavorecidos. El programa iba ofreciendo de forma dinámica y continuada historias protagonizadas por gente joven que, con emprendimiento y mucho esfuerzo, han vehiculado su fuerza y voluntad de ayudar a terceros y promover el bien común. Y a medida que subían al escenario para explicar su experiencia o les preguntaban por sus proyectos, cada vez se hablaba más de su “talento” y yo, en cambio, veía “esfuerzo”, dedicación, tenacidad, lucha contra las circunstancias, perseverancia y mucha, mucha ilusión.

Su talento es enorme, pero se queda pequeño junto al esfuerzo que han tenido que dedicar para que su idea, su proyecto, se convirtiera en realidad y, lo que todavía resulta más difícil, fuera finalmente reconocido. Historias como las de Ousman Umar, por su tarea en la «construcción de un proyecto transformador que une educación, tecnología y alianzas, aportando soluciones al fenómeno migratorio» o de Begoña Arana, entre otros, te llevan a la conclusión contraria a la que se está imponiendo en nuestra sociedad: ¡el esfuerzo es tan o más importante que el talento!

Y, en cambio, se pone en valor el talento. Sobre todo cuando es un talento innato, que ayuda a consolidar la idea de que el talento no hay que trabajarlo ni formarlo. Está ganando el discurso, y con él la creencia, que la clave es seleccionar el talento, lo cual no provoca sino una discriminación en el origen mismo del contexto social y económico de la persona, porque el talento no deja de ser fruto de la formación adquirida. Y una sociedad que relega el esfuerzo a un rol secundario y centra la valía de las personas en su talento está aceptando cierto fatalismo, como si a través del esfuerzo ya no fuera posible adquirir y ganarse la capacidad de crecer y construir historias de éxito, historias de gran valor.

En todos los proyectos empresariales, sociales, de innovación, artísticos, científicos o deportivos, o de cualquier tipo, siempre hay una gran dosis de talento, ¿pero podrían haberse conseguido sin el esfuerzo, dedicación y entrega de sus protagonistas? ¿Se puede conseguir el mismo resultado con menos horas de dedicación y menos esfuerzo? Lo dudo. No conseguiremos que luzca el talento que hay en nuestra sociedad si abandonamos la cultura del esfuerzo y la exigencia.

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