Opinión | Décima avenida
Joan Cañete Bayle
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Un hotel con vistas en Gaza

Signo de los tiempos, para la historia queda que en 2025 hablamos con naturalidad de expulsar de su tierra a casi dos millones de personas después de haberlas bombardeado durante meses

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Leonard Beard.

Leonard Beard.

No es descabellado imaginar a Donald Trump impulsar su plan de convertir Gaza en un gran ‘resort’ turístico de lujo a orillas del Mediterráneo. Desde su punto de vista, la lógica del proyecto es indiscutible, al fin y al cabo es la misma que en el sector inmobiliario que el presidente de Estados Unidos tan bien conoce ha creado el fenómeno de la gentrificación de barrios enteros populares y deprimidos a base de comprar edificios enteros, expulsar a sus vecinos y construir viviendas de lujo. Construir riqueza en lugares miserables, como Gaza.

El plan tampoco es descabellado para el movimiento político que Trump lidera ni para la psique profunda estadounidense, o al menos de una parte de la sociedad estadounidense: pocos acontecimientos históricos han hecho a América más grande que la conquista del Oeste a base de expulsar (y masacrar) a los nativos norteamericanos y construir bonitas ciudades para gente civilizada, que tenían derecho a defenderse de los nativos que los atacaban.

La idea de Mar-a-Gaza, como ha escrito Ricardo Mir de Francia en EL PERIÓDICO, no es inédita en el conflicto. La guerra de 1948, que Israel llama de la Independencia y los palestinos la ‘nakba’, el desastre, supuso la expulsión de decenas de miles de palestinos que vivían en lo que hoy es Israel. Esos refugiados, y sus descendientes, son los que hoy malviven como refugiados en Jordania, Líbano, Siria, etcétera. Algunos de ellos se instalaron en Gaza. Unrwa se creó entonces para dar servicios a unos desplazados que eran y son parias en esos países de mala acogida. En este sentido, Unrwa es un recordatorio incómodo, lo que explica algunas cosas que suceden hoy.

Tampoco es descabellado imaginar a países árabes (Egipto y Jordania son los candidatos, pero puede haber otros) recibiendo una lluvia de millones y compensaciones comerciales y políticas a cambio de acoger a desplazados de Gaza. De las autocracias árabes siempre puede esperarse cualquier cosa. Además, la lógica (dinero y negocio para pavimentar el camino a decisiones políticas y diplomáticas) ya se ha aplicado, los acuerdos de Abraham se basan en ello.

Es fácil también imaginar que una parte, pequeña, de esa lluvia de millones se destinaría a los gazatís para endulzar el proceso, dividir a la población y contribuir a generar un relato blanco del desplazamiento de unos dos millones de personas. Es lo que les sucede a los vecinos a los que se les ofrece una compensación y un piso fuera de su barrio (y a veces de su ciudad) a cambio de su cuchitril en el barrio a gentrificar. Tan fácil de imaginar es que Binyamín Netanyahu ya ha dicho que los gazatís “podrán entrar y salir de Gaza”, algo así como “podrás venir a tomarte un 'chai latte' al barrio de tu vida donde ya no vives”.

Es muy fácil, pues, imaginar que el plan sale adelante. También es sencillo suponer algunas cosas que podrían suceder si, efectivamente, la Casa Blanca lo echa adelante.

En primer lugar, supondría subir en autobuses a decenas de miles de personas y expulsarlas de su hogar. Habría violencia, cuesta imaginar que no, así que tendría que ser forzoso y a punta de fusil (o de bombardeo, o de dron, o de tanque). La historia está repletas de imágenes similares en blanco y negro en todo tipo de medios de transporte (a pie, en camiones, en ferrocarril…). Tantas veces ha sucedido que el derecho internacional le puso un nombre: deportación masiva y limpieza étnica. ¿Querrá EEUU protagonizar una deportación masiva en el Mediterráneo, incluso con sus soldados?

En términos geopolíticos, no es aventurado pensar que en caso de llevarse a cabo Mar-a-Gaza podríamos dar por muerta la arquitectura de gobernanza mundial erigida tras la Segunda Guerra Mundial, si es que la damos aún por viva. Sin derechos humanos, sin otra ley que la del más fuerte para regir las relaciones internacionales, me falta imaginación para pensar que harían otras potencias que son (China) o que juegan a que lo son (Rusia). El movimiento MAGA y Trump olvidan que en el mundo en 2025 EEUU es una superpotencia, pero no es la única.

No cuesta imaginar lo que pensarían y sentirían las poblaciones musulmanas a lo largo del planeta. Y lo que es inimaginable la mancha, la horrible y permanente mancha, que quedaría asociada a Israel.

Lo que no es imaginación, sino realidad, es que en 2025 hablamos con naturalidad de expulsar a dos millones de personas después de haberlas bombardeado sin descanso.

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