Opinión | Gárgolas
Josep Maria Fonalleras
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La filósofa y la impureza

El brevísimo y brillante ensayo de Abenoza contiene derivadas sobre el poder, sobre el traspaso del código ético al estético, sobre la indiferencia. Y, sobre todo, un montón de sugerencias, de caminos a recorrer

Filosofía

Filosofía / Vangelis Aragiannis

La editorial Fragmenta lleva años publicando libros que “no pretenden alimentar ninguna experiencia creyente, sino convertirse en instrumentos para buscadores que se mueven en un mundo de incertidumbres”. Fragmentos dispersos, estos libros, que nos permiten tener cierta percepción de la totalidad de un pensamiento que se entronca, discute o dialoga con la religiosidad. En el catálogo hay piezas memorables, desde conversaciones con pensadores a la exhaustiva obra completa de Raimon Pannikar; desde clásicos como George Steiner, René Girard, Rufold Otto o Simone Weil, hasta reflexiones sobre el catolicismo, el protestantismo, el judaísmo o el Islam, pasando por textos divulgativos sobre el sufismo, el hinduismo o el zen. Desde las últimas novedades (como 'La lliçó d’Auschwitz', de Joan Carles Mèlich o 'La roca i l’aire', de Raül Garrigasait, un debate entre la religión y el arte) hasta colecciones que toman los textos sagrados o los preceptos cristianos como excusa para "repensar los grandes temas de la contemporaneidad, con una mirada honda y actual, lejos de cualquier confesionalismo". Han propuesto a escritores y pensadores el reto de asaltar la Biblia o de entender los pecados capitales como un recurso "para repensar la condición humana". Una de estas series se basa en los Diez Mandamientos, los que todos recordamos de cuando estudiábamos el catecismo. La filósofa Sira Abenoza, profesora de ESADE y especialista en el diálogo como forma de conocimiento y resolución de conflictos (en las cárceles, en situaciones críticas como Irlanda del Norte), firma el estudio (o podríamos llamarlo meditación, profundización) sobre el noveno mandamiento. No consentirás pensamientos impuros.

Les confieso que hacía tiempo que no subrayaba tanto un libro, porque la prosa de Abenoza (que también es la directora de La Casa dels Clàssics), tan pausada y serenada como su voz y a la vez tan punzante como su meditación, nos aboca no solo a un replanteamiento del precepto, sino a la propia definición de la filosofía, de la capacidad de pensar. A diferencia de los ocho mandamientos que le preceden y junto con el décimo, la imposición del noveno tiene que ver con el pensamiento y el deseo. Los anteriores se fijaban en las acciones (harás esto o no harás tal cosa), pero estos dos entran el territorio de la intimidad, de lo invisible, del silencio. Y no consentir el pensamiento impuro deriva hacia la prohibición de pensar, porque pensar bebe de la duda y la imperfección. "Pensar", escribe Abenoza, "implica impureza, imperfección, divagación, absurdidad, y también violencia, negación y fractura del orden: si pensamos, pensaremos necesariamente de manera impura".

El brevísimo y brillante ensayo contiene, asimismo, derivadas sobre el poder, sobre el traspaso del código ético al estético, y sobre la indiferencia, sobre “la cultura de la exclusión y de la anestesia moral frente al sufrimiento del otro”. Y, sobre todo, un montón de sugerencias, de caminos a recorrer, para todos aquellos que habitamos en el limbo de ser más que los animales y menos que los dioses.

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