Firmar y saludar
Cada vez que Trump rubrica una orden ejecutiva, la tinta va dejando el rastro de subidas y caídas que trazan los sismógrafos durante los terremotos
Donald Trump firmó cerca de 200 acciones ejecutivas tras ser investido: qué son, para qué sirven, límites y poderes

El president dels Estats Units, Donald Trump, sosté una ordre executiva que va signar ahir. | ELIZABETH FRANTZ / REUTERS
La firma de Donald Trump evoca esos disparos que te aciertan en el sombrero y lo hacen volar 30 metros, y tú te quedas buscando al tirador en los tejados. Cada vez que rubrica una orden ejecutiva, llamada a hacer desparecer una parte del mundo tal y como la conocías, la tinta va dejando el rastro de subidas y caídas que trazan los sismógrafos durante los terremotos. El gesto de firmar es vertiginoso, temerario. Casi produce pavor la visión final del documento, como cuando falsificabas la firma de tu padre en el instituto para justificar tus ausencias de clase y durante días no dormías tranquilo. Cada decreto firmado equivale a un volantazo que mueve las cosas de su sitio, y que lo pierden y tienen que encontrar otra ubicación, si la encuentran. Pocos actos tan sencillos desprenden tanto poder. A través de él autorizas, cedes, prohíbes, ordenas, compras, vendes, te impones.
No impresiona menos la forma en que Trump saluda con la mano, llenando el puro gesto de significados. Quizá con el tiempo sea lo único bueno que se diga de él: sabía saludar. Naturalmente, saludar bien, aunque resulte vacuo, requiere técnica. Algunos estudios calculan que estrechamos unas 15.000 veces la mano a lo largo de nuestra vida; un presidente de Estados Unidos seguro que muchísimas más. Esos segundos larguísimos que se toma estrechando una mano, aparentemente aburridos, equivalen a una época dorada, porque entretanto Trump sonríe y no rompe nada. Saludar así no es tanto cosa de presidentes como de hombres de negocios obligados a extender la mano arriba y abajo continuamente para cerrar tratos y multiplicar su fortuna.
Saluda con tanta intensidad que parece que al acabar vaya a quedarse con tu mano para su colección privada. No cuesta imaginar el sótano de su casa en Florida con docenas de cajas llenas de las manos que se cobró amasando su riqueza. El saludo es toda la buena educación que consigue permitirse. Por lo demás, cómo no tener miedo a decirle «choca esos cinco», y que te haga una rima que te deje clavado.
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