
Miembro de la Comisión de Transformación Digital del Col·legi d’Enginyers Industrials de Catalunya

Carles Soler Puig
Carles Soler PuigMiembro de la Comisión de Transformación Digital del Col·legi d’Enginyers Industrials de Catalunya
Miembro de la Comisión de Transformación Digital del Col·legi d’Enginyers Industrials de Catalunya
Fábrica 4.0: tecnología con alma
Ahora algunos venden 'Industria 5.0', diciendo que han añadido a las personas a la tecnología, desconociendo que en el inicio quedaba claro que la Industria 4.0 es, antes que tecnología, personas
Cómo es el día a día de la fábrica 4.0
¿Qué perfiles necesitan las empresas para hacer funcionar la fábrica 4.0?

Empresa de robòtica. | AXEL ÁLVAREZ
El término 'Industria 4.0' hizo fortuna de forma un tanto inesperada. Entre 1991 y 2011, Europa perdió más de 30% de la producción industrial mundial, principalmente en favor de China. Este declive, a la 'España va bien' (¿recuerdan?) del sol y ladrillo le era indiferente. Pero un país de base productiva como Alemania se movilizó para proponer una estrategia de reindustrialización. Como no era factible luchar directamente contra la principal ventaja competitiva de los chinos, el coste de la mano de obra, se decidió hacer una apuesta radical por la tecnología. Traducido: "No podemos pagar a 100 trabajadores alemanes lo que ahora cobran 100 trabajadores chinos, pero podemos automatizar los procesos de forma que podamos producir lo mismo con solo 10 trabajadores alemanes".
Las realidades no lo son hasta que no tienen un nombre. Basándose en la idea del DFKI (Centro Alemán de Investigación en Inteligencia Artificial), que consideraba que estábamos en un cuarto momento de transformación en la evolución de la industria (empezando la primera etapa con la máquina de vapor), se propuso el término 'Industria 4.0'. Ciertamente, es un nombre evocador, elegante y atractivo. Por cierto, si a la señora Merkel le hubiera gustado el libro 'The Third Industrial Revolution', de Jeremy Rifkin, quizá le hubiera llamado 'Industria 3.0', o 'Industria 5.0', si hubiera hecho caso a la tesis de Peter Marsh en 'The New Industrial Revolution'. En cualquier caso, tras ser avalada como estrategia de país por la propia cancillera durante la Hannover Messe de 2013, el término fue acogido con entusiasmo, primero por los europeos, después por todo el mundo (aunque los EEUU, que siempre van a la suya, contraprogramaron con el 'Industrial Internet', pero el nombre no acabó de cuajar).
Elegido el nombre, las grandes empresas industriales y detrás suyo todo el tejido industrial mundial, marcaron un horizonte: desarrollar sistemas productivos altamente automatizados y flexibles. Para ello se fusionaron dos mundos que hasta el momento habían vivido de espaldas: el de la manufactura tradicional (la fábrica de toda la vida) y el de la digitalización (la informática que hacía años que ya había entrado en los despachos, pero no en la fábrica), convirtiendo la Industria 4.0 en el crisol donde se interrelacionan tecnologías como la robótica, la inteligencia artificial, internet de las cosas, la nube, el 'big data', la fabricación aditiva y la realidad aumentada, entre otros.
En el mundo hiperacelerado en el que vivimos, hambriento de novedades constantes, el término 'Industria 4.0' ha quedado obsoleto. Ahora algunos venden 'Industria 5.0', diciendo que han añadido a las personas a la tecnología, desconociendo que ya en el inicio quedaba claro que la Industria 4.0 es, incluso antes que tecnología, personas: escucharlas, darles voz, favorecer liderazgos en estructuras menos jerarquizadas, valorarlas por su rendimiento y aportación, proponerles retos, darles responsabilidades... Es decir, identificando que el factor humano es la clave del éxito de la revolución tecnológica.
Da igual que le llamemos Industria x.0, Fábrica 4.0, Internet Industrial, transformación digital o el último nombre que algún consultor inspirado se haya inventado. De lo que hablamos es de un proceso transformador de introducción de tecnologías digitales en los procesos de fabricación que nos ayudan a los ingenieros a seguir haciendo lo que siempre hemos hecho: optimizar la producción para satisfacer mejor las necesidades de un mercado cada vez más exigente, a fin de construir un futuro más sostenible y justo.
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