Opinión | Corto y al pie

Directora adjunta de EL PERIÓDICO DE CATALUNYA

Gemma Martínez
Gemma MartínezDirectora adjunta de EL PERIÓDICO DE CATALUNYA
Periodista
La ambición de Salvador Illa

El presidente del Govern, Salvador Illa, entre empresarios. / EFE
El Instagram de Salvador Illa está lleno de ‘stories’, publicadas siempre en diferido, sobre las reuniones que mantiene con altos directivos y empresarios en el Palau de la Generalitat. A primera hora de la mañana, privadas y solo con una fotografía por testigo, como las que mantuvo el miércoles pasado con el presidente de Naturgy (Francisco Reynés), primero, y, después, con el presidente y con el director general de Siemens España (Fernando Silva y Joan Francàs, respectivamente).
Las redes sociales son el reflejo del talante del presidente de la Generalitat, que acierta al querer recuperar el liderazgo económico de Catalunya en España, con las empresas como motor de un crecimiento con propósito, que debe ser solidario, equilibrado territorialmente, diversificado, sostenible e inclusivo, con mejoras en productividad, empleo de calidad y PIB per capita.
Catalunya ha de respaldar y acompañar a las grandes compañías ubicadas aquí para que puedan desarrollar su crecimiento e internacionalización. También tiene que generar el clima necesario para que las firmas del Ibex que trasladaron su sede a otras autonomías puedan seguir el camino de Banco Sabadell y volver a casa. Además, hará bien en conseguir que las empresas españolas tengan sensibilidad hacia el territorio catalán, como cabe esperar que suceda con la Telefónica de Marc Murtra. Todo ello a la vez que atrae inversión extranjera y fortalece la industria, en áreas clave como la alimentación, el sector farmacéutico o la automoción. Materializar estos compromisos será imposible sin reformar una administración que ha de ser ágil y regirse por las mismas normas del buen gobierno que las empresas privadas. Urge desencallar proyectos que llevan demasiado tiempo parados, como el aeropuerto de El Prat.
Recuperar el liderazgo obligará a alcanzar consensos y a impulsar la colaboración público-privada. Y hará falta dinero. Aunque no será un proceso fácil ni inmediato, la ambición de Illa es un paso en la buena dirección, digna de alabar.
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