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Josep Maria Fonalleras
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Presencia de Auschwitz

Todavía está presente en todas partes. Es ahora y está aquí

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80 aniversario de la liberación del campo de concentración y exterminio nazi alemán de Auschwitz-Birkenau por el Ejército Rojo, en Oswiecim, Polonia, el 27 de enero de 2025.

80 aniversario de la liberación del campo de concentración y exterminio nazi alemán de Auschwitz-Birkenau por el Ejército Rojo, en Oswiecim, Polonia, el 27 de enero de 2025. / REUTERS/Aaron Chown

En mayo de 2006, Benedicto XVI visitó Auschwitz-Birkenau como Santo Padre. Solo, se arrodilló y rezó en silencio. Luego pronunció un breve discurso. "Tomar la palabra en este lugar de horror", dijo, “de acumulación de crímenes contra Dios y contra el hombre que no tiene parangón en la historia, es casi imposible”. Y continuó: “En un lugar como este se queda uno sin palabras; en el fondo, solo se puede guardar un silencio de estupor, un silencio que es un grito interior dirigido a Dios: ¿Por qué, Señor, callaste? ¿Por qué toleraste todo esto, este exceso de destrucción, este triunfo del mal? ¿Dónde estabas en esos días?”. La interrogación sobre la presencia del mal es una constante en la reflexión teológica, pero seguramente nunca se había planteado así, en estos términos, proveniente de la voz más autorizada del catolicismo. Benedicto XVI hizo, en cierto modo, como Job. Un ruego que se vestía más de estupefacción y desconcierto, de desconsuelo y desolación, que de rabia furibunda. El Papa no podía acabar el discurso sin apaciguar el eco de aquellas inquietantes preguntas, tan humanas, porque el silencio implícito de Dios sólo podía desembocar en el nihilismo, una posibilidad que Benedicto XVI, por supuesto, no contemplaba. Job dialogó con Dios y, finalmente, admitió, en una iluminación, que la magna obra de la divinidad, la conjura de su omnipotencia, dejaba en un rincón las desgracias del individuo, incluso del buen devoto. Benedicto XVI se fiaba, en Auschwitz, del mensaje de las lápidas de hierro sobre los adoquines del campo. "Sacuden nuestra memoria y nuestro corazón", dijo el Papa. “Y quieren hacer que la razón reconozca el mal como mal y lo rechace; quieren suscitar la valentía del bien”. Invocaba una razón que Auschwitz, como emblema de la locura nazi, despreció.

Para Primo Levi, en 'Si esto es un hombre', una de las estrategias para la supervivencia era "no tratar de entender", porque "perdimos la posibilidad misma de razonar". Muchos años después, poco antes del suicidio, mantuvo una conversación con un escritor italiano, Ferdinando Camon: "Auschwitz existe, de modo que Dios no puede existir”. Otro escritor, Imre Kertész, que compartió la experiencia del campo de exterminio con Levi, sin haberse conocido nunca, afirmaba que “Auschwitz está presente en todas partes, en cada uno de nosotros”. No se refería sólo a quienes sobrevivieron y procuraron explicarlo, sino a toda la humanidad, porque, ochenta años después, nos sigue interpelando. Estos días he pensado en un cuento de Giorgio Bassani –'Una lápida en Via Mazzini'– que cuenta la historia de Geo Gosz, un judío que vuelve del infierno nazi y al que nadie hace caso, como ocurre con el protagonista de 'Sin destino'. Ponen una placa, incluso con su nombre, pero los demás quieren pasar página. Los supervivientes estorban. Él se empeña en mostrar el horror y vuelve a vestir el uniforme rayado y pasea, escuálido y débil, por las calles de Ferrara. Hasta que un día desaparece sin rastro. Auschwitz todavía está presente en todas partes. Es ahora y está aquí.

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