Opinión | Estados Unidos
Jesús A. Núñez Villaverde

Jesús A. Núñez Villaverde

Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).

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Peligro: Trump viene a hacer historia

Se vislumbra una acción exterior puramente transaccional, guiada mucho más por obtener ventajas a corto plazo que por los supuestos valores y principios que se supone que definen a una democracia plena

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Cuando un gobernante prefiere hacer historia a hacer política, y cuando además se trata del dirigente de la primera potencia mundial, solo queda prepararse para lo peor. Donald Trump, en su primer día de regreso en la Casa Blanca, no ha firmado el centenar de órdenes ejecutivas que había anunciado, pero las 26 que ha rubricado son suficientes para hacernos una idea de lo que se avecina.

Desde una posición que solo cabe calificar de mesiánica- “Dios me salvó para hacer a Estados Unidos grande de nuevo”- Trump cree tener un mandato ilimitado para crear un mundo a su imagen y semejanza. Un mandato que en clave interna pretende, en primer lugar, vengarse de quienes considera responsables de su salida de la Casa Blanca hace cuatro años, sin haber reconocido nunca la derrota electoral, y, de paso, premiar a quienes fueron condenados por seguir su consigna golpista asaltando el Capitolio, no solo indultándolos sino dejando abierta una puerta a futuros episodios similares. Por otro lado, se ha apresurado a poner en la diana a defensores del derecho al aborto, la diversidad, la equidad y la inclusión, a organizaciones no gubernamentales, a funcionarios públicos y, por encima de todos ellos, a los inmigrantes en situación irregular. Y aunque es seguro que la resistencia de algunos jueces y, en ocasiones, del poder legislativo frenará o retrasará algunos de sus dislates, no puede olvidarse que dispone de mayoría en las dos cámaras (tras haber fagocitado a su propio partido Republicano) y de la plena inmunidad que le otorga el Tribunal Supremo.

En paralelo se afana en dibujar un entorno económico en el que, vendiendo la idea de revertir el declive estadounidense, cabe tanto la creación de una criptomoneda personal como un fondo de 500.000 millones de dólares para alcanzar, junto a los ultrarricos magnates tecnológicos que se han colocado a su sombra, el liderazgo en la competencia planetaria frente a China. Y en esa misma línea hay que entender la guerra comercial que se aproxima y la exigencia a sus aliados europeos de incrementar los presupuestos de defensa hasta el 5% del PIB, lo que supondría un jugoso negocio para las industrias estadounidenses del sector.

Sus planteamientos en política exterior no son menos inquietantes. Con su inmediata retirada del Acuerdo de París y de la Organización Mundial de la Salud vuelve a demostrar su desprecio por el marco multilateral vigente y a confirmar su apuesta por los combustibles fósiles como principal motor de riqueza nacional. Muestra así que no quiere entender que el colapso del orden internacional nos aboca a una ley de la jungla que también será perjudicial para Washington y que, en solitario, EEUU no será capaz de hacer frente exitosamente a las amenazas y los desafíos que le afectan. A la espera de ver cómo se acomodan sus zalameras palabras para Xi Jinping, Vladimir Putin o Kim Jong-un con la defensa de los intereses estadounidenses, ya se vislumbra una acción exterior puramente transaccional, guiada mucho más por obtener ventajas a corto plazo que por los supuestos valores y principios que se supone que definen a una democracia plena. Todo ello sin cejar en el empeño de lograr la superioridad militar y tecnológica en todos los órdenes.

En todo caso, que el inquilino de la Casa Blanca sea un delincuente que no podría tener licencia de armas, pero que puede activar una respuesta nuclear apocalíptica es una imagen que refleja exactamente el nivel de despropósito al que hemos llegado. ¿Qué nos queda por ver?

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