
Los editoriales están elaborados por el equipo de Opinión de El Periódico y la dirección editorial

Editorial
EditorialLos editoriales están elaborados por el equipo de Opinión de El Periódico y la dirección editorial
Medios, redes sociales y democracia
Unos y otros necesitan reglas que permitan hacer efectivo el acceso a una información rigurosa y plural
Sánchez arremete contra la 'tecnocasta' en Davos y anuncia que propondrá el fin del anonimato en redes al Consejo Europeo
La Comisión Europea avisa que usará "todas sus herramientas para defender la democracia" en las redes sociales

El multimillonario sudafricano Elon Musk / Europa Press/Contacto/K.C. Alfred
De un tiempo a esta parte, el debate sobre el lugar de los medios de comunicación y las redes sociales en las sociedades democráticas ha subido de tono. Hemos oído y leído, a veces con una virulencia digna de otras causas, que los medios convencionales coartan la libertad, manipulan la información y que los ciudadanos solo pueden acceder a la verdad y la pluralidad a través de las redes sociales. No es este un debate nuevo. La novedad está en que esta crítica indiscriminada a los medios, acompañada de cantos de sirena a favor de las redes, tiene ahora portavoces privilegiados desde que Donald Trump ha llegado a la Casa Blanca acompañado de los propietarios de las principales redes sociales. De manera destacada, Elon Musk -dueño de X- se ha erigido en el paladín de este supuesto rol redentor de las redes sociales. Como si fueran espacios de libertad ciudadana, mientras que los medios (prensa, radio y televisión) sirvieran siempre a intereses espurios. Alertados por la deriva polarizadora que han experimentado las redes sociales, numerosas instituciones y políticos han comenzado a intervenir en el debate. Entre ellos el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que formuló algunas propuestas para regular el papel de las redes durante una intervención suya en el Foro de Davos.
El tema es de tal importancia que las ideas avanzadas por Sánchez, así como otras formuladas por académicos, expertos y la propia Unión Europea, deberían abordarse sin supeditarlas a la confrontación política. Ninguna fuerza democrática debería asumir esta narrativa contraria a los medios que tanto han contribuido a la evolución democrática de nuestro país, independientemente de su línea editorial. Proponer que los dueños de las redes sean responsables de sus contenidos supone regularlas, como lo están los principales grupos de prensa en España. Pretender que el algoritmo con el que operan sea de dominio público tampoco debería resultar extraño. Sugerir que sus responsables lo sean de sus contenidos y de posibles falsedades que envenenan el debate público supone tratarlos por el mismo rasero que se aplica a los medios, de acuerdo a la legislación de cada país.
Hablar de regulación en materia de información siempre es delicado. Sin embargo, la deriva de algunas redes sociales confirma que descartarla del todo puede tener consecuencias aún peores. La dicotomía interesada entre los medios llamados tradicionales (que ya no lo son tanto, pues cuentan con formatos cada vez más multimedia) y las redes es engañosa. Tanto unos como otros necesitan reglas que permitan hacer efectivo el acceso de los ciudadanos a una información rigurosa y a la pluralidad de ideas. Los diarios y las cadenas de radio o de televisión tienen una propiedad conocida, una línea editorial explícita y una redacción profesional que los lectores conocen y que les permite discernir. El propietario de X pretende convencernos de que las redes son el paradigma de la libertad, porque carecen de redacción y de línea editorial. Al límite, procura quitar importancia incluso a quién sea su propietario, con la falacia de que pertenecen a sus usuarios, hurtando del debate la existencia de opacos algoritmos a través de los cuales sus responsables dan prioridad a una visión binaria de la información, en la que el insulto prevalece sobre el argumento y el blanco y negro busca imponerse a la complejidad de nuestra sociedades.
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