Opinión | Parece una tontería
Juan Tallón

Juan Tallón

Escritor.

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Nombre de golfo

Son un misterio los nombres. No digamos ya de personas. Te imponen uno y se acabó

La Duquesa de Alba

La Duquesa de Alba / EL PERIÓDICO

Los nombres importan, pero quizás no importan demasiado. Normalmente son para siempre, pero en ocasiones pueden ser sustituidos por otros, y el siempre se vuelve algo provisorio. Unas veces el cambio funciona y otras no. Hace unos meses mis vecinos adoptaron un perro, lo bautizaron, y el animal sigue sin hacerles caso cuando lo llaman. No me atrevo a vaticinar si el cambio de nombre del Golfo de México por el de Golfo de América tendrá éxito. Quizás el golfo, sus aguas, la tierra entre cabos en la que se interna, no se reconozca cuando lo llamen América, y ni siquiera se dé la vuelta, como el perro de mis vecinos.

Son un misterio los nombres. No digamos ya de personas. Te imponen uno y se acabó. Casi nadie decide cómo se llama. Te llaman. Si te horroriza, en el futuro quizá puedas cambiarlo. Si tienes suerte, te buscas un apodo o un nombre artístico, y un día te dicen Colette, Camarón de la Isla, El Pelusa, Marilyn Monroe. Lawrence de Arabia tuvo siete motocicletas y a todas las llamó George. Con George VII sufrió un accidente y se mató.

Nombres, solo nombres. Javier Tomeo contaba que, en los inicios de su carrera literaria, escribiendo novelas de quiosco, ganaba más si firmaba con nombre extranjero que si lo hacía como Tomeo. «Te convenía parecer norteamericano, y a poder ser, pistolero y dueño de un caballo negro», decía. Por eso él se hizo llamar durante una época Frantz Keller. O pensemos en la celebérrima María del Rosario Cayetana Paloma Alfonsa Victoria Eugenia Fernanda Teresa Francisca de Paula Lourdes Antonia Josefa Fausta Rita Castor Dorotea Santa Esperanza Fitz-James Stuart y de Silva Falcó y Gurtubay. Demasiado largo, así que le llamaban Duquesa de Alba.

Les contaré una historia familiar. Mi tío se llama Silverio, pero todo el mundo le dice Pepe. No es como llamarse Ramón y que te digan Moncho, o Francisca y que te llamen Paca. Entre Silverio y Pepe hay una distancia irresoluble, algo que no tiene en apariencia demasiado sentido, una disrupción. Cuando Silverio nació, su padre –mi abuelo–, llamado precisamente así, dijo que eran ya demasiados hijos, algunos de ellos mujeres, sin que ninguno heredase su nombre. A mi abuela no le gustó. Dijo que ningún hijo suyo se llamaría Silverio jamás. Pero mi abuelo trabajaba en el registro civil, y lo registró como Silverio. Cuando mi abuela lo supo, lanzó una profecía: «Nadie lo llamará por su nombre verdadero. Le llamaremos siempre Pepe». Justo eso acabó pasando. Ni el padre llegó a llamar Silverio al hijo, incluso olvidó que tenía el mismo nombre que él.

No hay alternativa al hecho de llamarse, guste o no el nombre. Solo me viene a la cabeza la de aquel personaje cáustico de 'Cotton Club', lugarteniente del mafioso Dutch Schultz. «¿A ti cómo te llaman?», le preguntan en un momento dado de la película. «A mí nadie me llama», responde. «¿Ni siquiera tu madre?», insiste su interlocutor. «Yo no tengo madre –cierra la cuestión el gánster–. Me encontraron en un cubo de basura».