Opinión | Gárgolas
Josep Maria Fonalleras
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El César firma

Trump basó su parlamento en el feroz despropósito de humillar al enemigo. No es poco

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Primeros decretos de Trump: indultos, retirada de la OMS y de los acuerdos del clima

Primeros decretos de Trump: indultos, retirada de la OMS y de los acuerdos del clima / ANGELA WEISS / AFP / VÍDEO: Europa Press

No se trata del anuncio de una nueva era. Tampoco se trata de las referencias divinas. Incluso me atrevería a decir que no se trata de las medidas más radicales, no solo anunciadas y enunciadas, sino llevadas a la práctica de forma inmediata. Son más bien los detalles. Poco o mucho, casi todos los presidentes de Estados Unidos (los más recientes, quizás si excluimos el perfil bajo de Biden, encargado de borrar la primera huella de Trump más que de dibujar nuevos mapas del territorio futuro), comienzan a ejercer el cargo con unas dosis elevadas de energía renovadora, con oleadas de poetizados deseos patrióticos. En los discursos, en mayor o menor medida, siempre hay nuevos horizontes bajo la protección del dios que bendice a la nación. En eso, no nos engañemos, los presidentes electos (casi todos) aplican un entusiasmo similar a los que hablan de la NBA, por ejemplo, como el campeonato del mundo de baloncesto.

La notable diferencia del segundo Trump es que ha convertido su discurso inicial en una arenga, un mitin agresivo, sin piedad. Ante la presencia inmutable de los antecesores, los ha calificado de traidores que han provocado el declive y la decadencia de Estados Unidos. Era suficiente para levantarse y abandonar el estrado, para dejar en evidencia la falta de tacto institucional. El discurso de Trump no fue solo el anuncio de una edad de oro o la asunción de la señal enviada desde el cielo para que la nación vuelva a ser grande. O la demencial propuesta sobre el Golfo de México (la manía dictatorial de incidir sobre el lenguaje para que la realidad cambie) que Hillary Clinton recibió con una carcajada sardónica. O la misión en Marte, que Elon Musk saludó con euforia adolescente. O...tantas otras cosas, como esos “millones y millones” de delincuentes que provienen de los manicomios para asolar y derribar la convivencia pacífica.

La diferencia es que Trump ha basado el parlamento en el feroz despropósito de humillar al enemigo. No es poco. Es una declaración de tierra quemada que va más allá de las proclamas electorales arrebatadas, porque se lleva a cabo en un terreno institucional. El acto de firma con espectadores, en el Capital One Arena, el pabellón donde Musk dicen que hizo un saludo romano (medios italianos, que saben de ello, aseguran que no era fascista, sino el signo de una efusión desmedida), fue la consecuencia explícita del comportamiento de Trump. Firmar las famosas órdenes ejecutivas frente a la congregación de acólitos, en un montaje cesáreo, va en contra de las normas más estrictas de la función pública. Aparte de la eficacia y la eficiencia, existe la discreción. La labor del Ejecutivo no es convertir el poder en un espectáculo sino proceder bajo los criterios de la grisura. Pueden dictarse órdenes terribles desde un despacho anodino, esto es cierto, pero si añadimos el circo y los gritos de la masa enardecida, entonces estamos ante un césar que se emborracha de omnipotencia. Esto es lo que percibimos, en las primeras horas de la nueva era.

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