Opinión | Redes sociales

Anna Grau

Anna Grau

Periodista, escritora y exdiputada en el Parlament

Mi novio y la araña

Es hasta divertido ver cómo algunos reprochan a las “arañas” de Trump que empiecen a actuar con la misma falta de complejos con que llevan décadas actuando las de enfrente

Elon Musk y Donald Trump.

Elon Musk y Donald Trump.

Tuve un novio mucho más conservador que yo, retrógrado incluso, que odiaba las redes sociales. Las llamaba “la araña”. En vísperas de la primera victoria de Donald Trump, cuando todos creíamos que iba a ganar Hillary Clinton, mi novio se tiraba de los pelos, convencido de que, con ella de presidenta, “la araña” sería omnipotente. Trump le parecía la última esperanza frente a una especie de complot judeo-masónico-online.

Tuvo una gran alegría cuando, contra todo pronóstico, le vio ganar el 8 de noviembre de 2016. Ante su derrota en 2020, me escribió: “Espero que Trump gane en 2024. El rey ha muerto, ¡viva el rey!”. Cuatro años después, ese deseo se ha cumplido a título póstumo. Si mi novio todavía se contara entre los vivos, me pregunto qué le parecería ver entrar bajo palio en la Casa Blanca a Elon Musk y Mark Zuckerberg.

Cuando volvemos la vista atrás y nos horrorizamos de que sociedades enteras hayan podido sucumbir a la propaganda nazi, las purgas estalinistas o la revolución cultural de Mao, es reconfortante pensar en un Gran Hermano dotado de aplastantes poderes de manipulación frente a un pueblo ingenuo e indefenso. Con perdón: bullshit. Nunca había habido tanta información a libre disposición como hay ahora. Hace siglos el analfabetismo pudo ser un arma totalitaria. Hoy lo son la pereza y las inconsistencias de la opinión pública.

Leo las noticias sobre Inna Afinogenova, de vocera de Putin a supuesta “disidente”, eso sí, perfectamente incardinada en las redes de desinformación prorrusas y la extrema izquierda latinoamericana -cuya terminal en España es Podemos-, donde nadie da puntada sin hilo, mucho menos gratis, y no sé si reír o llorar. Si las gallinas no echan de menos a la zorra, nosotros tampoco deberíamos querer más “verificadores”, esos centinelas (de pago) del sesgo, siempre a favor de una extrema izquierda que, aunque pierda casi todas las batallas físicas, siempre se las arregla para ganar la guerra del agit-prop. Con dinero público además. Es hasta divertido ver cómo algunos reprochan a las “arañas” de Trump que empiecen a actuar con la misma falta de complejos con que llevan décadas actuando las “arañas” de enfrente.

Está claro que cada vez hay más gente poderosa que lo es porque bombardea mentes. Hoy la batalla de Stalingrado la ganarían los bots. Pero, ¿qué pasa con la gente no poderosa? ¿Por qué traga? ¿Por qué sin ir más lejos la leyenda negra antiespañola tiene casi más fans dentro de España que fuera de ella? ¿Por qué es tan sencillo dividir y vencer con dos de pipas y tres algoritmos?

La mejor desinformación es la que explota nuestro lado oscuro. Nuestras ganas de negar lo evidente cuando estorba nuestros miedos y nuestros odios. Sin esa predisposición a convertirse en tonto útil del engaño, las Innas Afinogenovas no vivirían a todo tren de ser patas de araña. Tendrían que buscar trabajo honrado. ¿Alguien ha probado a pensar por sí mismo? Esa sería la verdadera revolución.