Opinión | Misoginia
Andreu Claret

Andreu Claret

Periodista y escritor. Miembro del Comité editorial de EL PERIÓDICO

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La venganza de los hombres

Hay miedo a las mujeres. A que las chicas con quienes comparten patio, aula, oficina o la barra de un bar, se adueñen del mundo

Manosfera: la misoginia organizada en redes sociales

La filósofa y activista feminista Judith Butler, ganadora del Premi Internacional Catalunya

Leonard Beard.

Leonard Beard. / BRANDON BELL / AP

El ascenso del populismo de derechas en medio mundo tiene que ver con los miedos de muchos ciudadanos. Miedo a perder lo tangible y lo intangible, al futuro. Una turbación que predispone a las recetas extremas. Cada día hay más personas dispuestas a probar la nueva medicina, sobre todo hombres. Actúan como aquel enfermo que se toma una pócima cazada en Internet convencido que nada tiene que perder. Si tienen menos de 30 años no se lo pensarán dos veces. Nadie les ha explicado que esto ya sucedió y que los que se apuntaron a las soluciones fáciles terminaron mal. ¡P’alante! Entre los miedos que llevan a muchos jóvenes (y no tan jóvenes) hacia un lugar tan excitante como desconocido hay uno que es común a todos ellos. A chicos pobres y ricos, muchachos americanos y adolescentes europeos, blancos y negros, universitarios y mileuristas. Es el miedo a las mujeres. A que las chicas con quienes comparten patio, aula, oficina o la barra de un bar se adueñen del mundo.

No encuentro otra explicación a este éxito fulgurante de las derechas más extremistas entre los hombres que su capacidad para pulsar un miedo que es ancestral. Cicerón ya atribuía la misoginia a la ginofobia, al miedo a la mujer, y durante la Edad Media el mito de la ‘vagina dentata’ alimentó muchas leyendas. Desconozco si Donald Trump era consciente de esta mitificación cuando sostuvo que, "si eres una estrella, las mujeres te dejan hacer lo que quieras". Puedes incluso "agarrarlas por el coño", exclamó. "Grab’em by the pussy", dijo, revelando instintos que harán de él el primer felón en ocupar la Casa Blanca.

Quienes piensen que no hay que sacarle tanta punta política pueden repasar el estallido misógino de las redes sociales en Estados Unidos tras su victoria. Uno de los mayores éxitos, en visualizaciones y 'likes', fue para el eslogan ‘Tu cuerpo, mi decisión’. Como si miles de hombres, puede que millones, hubiesen votado por Trump para impedir la pretensión de las mujeres de decidir. Incluso Mark Zuckerberg se apuntó a la fiesta reclamando más ‘energía masculina’ para las empresas.

Este sentimiento de venganza de muchos hombres ha sido alentado desde hace un par de décadas. Un ideólogo de la extrema derecha francesa ya propugnó, hace años, "una virilidad sana, la del hombre total europeo, desde el griego hasta el gentilhombre". Algunos intentan explicar esta pulsión misógina como una respuesta al feminismo más excluyente, el del movimiento 4B coreano que se define con cuatro 'noes': no salir con hombres, no casarse con ellos, no tener sexo, no parir hijos. Otros apuntan al debate provocado por las reflexiones de Judith Butler sobre género, sexo y sexualidad, que tanto han traumatizado a Elon Musk, al no poder impedir que uno de sus once hijos transicionara hacia otro género.

En mi opinión, lo más significativo no es esto. Es el avance espectacular que ha experimentado en las sociedades contemporáneas la presencia de la mujer en el trabajo, en las universidades y en el espacio público. Una auténtica revolución de la que muchos hombres se consideran víctimas, mucho antes de que las mujeres hayan conseguido alcanzar la paridad.

¡Ha vuelto el patriarcado!, exclamó un líder de opinión estadounidense la noche de la victoria de Trump. ¿Seguro? No basta con que Trump y Musk dominen medio mundo. Revertir los avances que han conquistado las mujeres no será fácil, aunque conservarlos tampoco. Viktor Orbán obliga a las de su país a escuchar el latido del feto antes de abortar. La primera decisión de Javier Milei fue cerrar el ministerio de Mujeres, Género y Diversidad. En Austria, el líder de la extrema derecha considera que la igualdad de género es ‘un experimento de la izquierda’.

No todo es blanco y negro. La derecha alemana más xenófoba ha elegido líder, por unanimidad, a Alice Weidel, una mujer homosexual, al tiempo que aprobaba un programa basado en la familia tradicional. Poco después de tomar el poder, Giorgia Meloni se separó de su pareja por sus comentarios lascivos, mientras el parlamento italiano favorece los grupos antiabortistas. No creo que ninguna de las dos aceptara que otros decidan sobre su cuerpo. Aunque ambas compiten por estar cerca de un hombre machista y tránsfobo como Elon Musk.

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