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Un alto el fuego rodeado de amenazas

Israel y Hamás confirman estar más cerca que nunca de un alto el fuego en Gaza

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden / Europa Press/Contacto/Samuel Corum - Pool via CNP

El borrador para una tregua en Gaza redactado por Estados Unidos, Egipto y Catar fue entregado ayer a las partes en conflicto, Hamás e Israel, a solo una semana de que Donald Trump se instale en la Casa Blanca. Por primera vez desde que estalló la crisis, la posibilidad de un alto el fuego que incluya la liberación de un número no determinado de rehenes israelís en poder de Hamás ha pasado a ser algo más que un mero deseo de los negociadores. La medida real del estado de las conversaciones se aprecia más fácilmente en la reacción airada de la extrema derecha, que amenaza con romper la coalición que sostiene al Gobierno de Binyamín Netanyahu, que con la referencia de pasada de Joe Biden a la crisis de Gaza durante su discurso de ayer sobre política exterior.

El empeño de Biden de lograr una tregua y condicionar así los planes de Donald Trump para Oriente Próximo forma parte de la insólita carrera del presidente saliente para maniatar en lo posible a su sucesor mediante una diplomacia preventiva y compromisos de última hora, una estrategia de la que también forma parte el último paquete de ayuda a Ucrania por más de 8.000 millones de dólares. Pero, a diferencia del caso ucraniano, el éxito de la operación depende más de la voluntad de los adversarios de aceptar la propuesta –Biden trató de convencer por teléfono a Netanyahu– que de la necesidad objetiva de que cesen las hostilidades para atender las necesidades más perentorias de los palestinos en la Franja de Gaza y para acabar con el cautiverio de los israelís en poder de Hamás. Con la amenaza permanente de que las facciones más radicales de ambos bandos –el frente militar de Hamás y el sionismo confesional– hagan imposible detener la matanza.

Por desgracia, la protección de los derechos humanos hace tiempo que quedó en ultimísimo plano en la guerra gazatí, pero hay algunos ingredientes nuevos o por lo menos que no habían estado presentes hasta la fecha. Uno de ellos, no menor, es el deseo de Arabia Saudí y, con ella, de los pequeños emiratos petroleros del Golfo, de suavizar la presión sobre Irán, una mutación significativa con relación al estado de ánimo de esos mismos países durante el primer mandato de Trump. Otro es la ampliación del arco de crisis a Siria con la caída del régimen de Bashar al Asad, la llegada al poder de un islamismo momentáneamente posibilista y la entrada en escena de Turquía, un socio de la OTAN con intereses propios en la región y con un conflicto histórico con la comunidad kurda.

Nada impedirá a Trump a partir del próximo lunes desmontar lo armado por la Administración de Joe Biden en la recta final, pero sin duda le dificultará cumplir su amenaza de que «estalle el infierno en Oriente Próximo» si Hamás libera siquiera una parte de los rehenes en su poder y fluye la ayuda humanitaria a la población de Gaza. De hecho, Biden sigue el rastro de Barak Obama, que ordenó el 23 de diciembre de 2016 la abstención de EEUU en la resolución del Consejo de Seguridad que condenó los asentamientos israelís en Cisjordania solo un mes antes de la llegada de Trump a la Casa Blanca. Bien es verdad que de poco sirvió para corregir los planes de este, pero hay en la calle árabe síntomas frecuentes de hartazgo por la situación en Gaza que no se daban hace ocho años.