Opinión | Política exterior
Luis Sánchez-Merlo
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Un mundo de gatillo fácil

La trinca Biden-Blinken-Sullivan reforzó las alianzas en Europa y en Asia, lo que aumentó los compromisos globales de EEUU hasta lo insostenible

Criticas generalizadas al indulto de Biden a su hijo Hunter

El secretario de Estado de EEUU, Antony Blinken, y el primer ministro israelí, Binyamín Netanyahu, este martes durante su encuentro en Jerusalén.

El secretario de Estado de EEUU, Antony Blinken, y el primer ministro israelí, Binyamín Netanyahu, este martes durante su encuentro en Jerusalén. / EMBAJADA DE EEUU EN JERUSALÉN / EFE

En vísperas del inminente cambio de guardia en la Casa Blanca, tiempo de hacer balance con las respuestas de la administración saliente a la política exterior.

El acto de nepotismo, del hombre disminuido por la enfermedad, indultando a su hijo, fue el error de un jefe impaciente y temperamental que no debería eclipsar los legados de su secretario de Estado (Antony Blinken) y su Consejero de Seguridad Nacional (Jake Sullivan), a los que atañó resolver lo imposible en un mundo de gatillo fácil.

La crítica inclemente, cuando son otros los que gestionan lo inalcanzable, apunta a una estrategia pusilánime al haber tratado de complacer a (casi) todos, sin contentar a (casi) nadie.

La trinca Biden-Blinken-Sullivan reforzó las alianzas en Europa (OTAN) y en Asia (Corea del Sur, Japón, Australia y Filipinas), lo que aumentó los compromisos globales de EEUU hasta lo insostenible. Entre tanto, los agentes del caos intensifican las amenazas y el complejo militar industrial aviva guerras interminables, tan rentables para sus cuentas de resultados.

El trayecto; que empezó con la retirada de Afganistán, siguió con una respuesta gradual a la agresión rusa en Ucrania y continúa con la destrucción literal de Gaza y el enigma de los rehenes sin resolver; ha resultado pedregoso y embrollado.

Una caótica estampida

La decisión de abandonar no fue responsabilidad exclusiva de Biden, ya que fue Trump quien firmó un acuerdo con los talibanes, que no incluyó al gobierno local, supuestamente aliado y contemplaba la retirada en mayo de 2021.

Nunca desaparecieron las tensiones entre Blinken, emisario global del presidente y Sullivan, el niño prodigio, frío estratega con una rara habilidad para la diplomacia 'back-channel' (negociaciones a puerta cerrada, que ofrecen protección temporal frente a los saboteadores del acuerdo y el escrutinio público)

El Pentágono, renuente a la espantada, apostaba por una fuerza residual (2.500, en Kabul), como "póliza de seguro a plazo" contra el colapso del régimen, en tanto que el Departamento de Estado se inclinaba por mantener una gran presencia en su nueva embajada, con una fuerza militar en el aeropuerto.

El resultado del fiasco es bien conocido.

De la diplomacia astuta al miedo nuclear

Las esperanzas de gestionar la relación con Rusia se habían evaporado en el otoño de 2021, cuando la inteligencia USA consiguió sólidas pruebas de la intención del Kremlin: invadir Ucrania.

Jake Sullivan dio un paso sin precedentes: desclasificar información sensible sobre los preparativos rusos y compartirla con los aliados. Su utilización en los primeros días de la invasión le habría dado a Ucrania una ventaja táctica decisiva.

Pero a ambos se les hizo de noche y a medida que las líneas rusas colapsaban, Moscú preparaba el eventual uso de armas nucleares tácticas para salvar a sus fuerzas. El miedo, como justificación, para retrasar la ayuda a Ucrania.

Quienes acusaron a la terna de un apoyo poco entusiasta y de dejarse intimidar con el ruido de sables, se toparon con una estrategia paradójica y una diplomacia 'astuta' que contribuyó a desactivar la crisis: seguir suministrando armas a Ucrania y evitar una guerra nuclear.

Cuando asoma la tristeza mediocre del sentido común, sigue latiendo la gran cuestión: ¿Trump entregará Ucrania a Putin en bandeja, a pesar de las sólidas pruebas de que Rusia se ha debilitado al invadir a su vecino?

La guerra que no pudieron parar

La manera efectiva de detener la guerra podría haber sido: amenazar, ralentizar y, por último, parar las transferencias de armas. Y no fue así.

El equipo de Biden, que había aprendido lo que era la mentira —con perplejidad, miedo y cierta admiración— apostó por Israel, a pesar de las protestas dentro y fuera del país y del coste electoral para los demócratas.

La trinca exigió que Israel proporcionara más ayuda humanitaria. Demasiadas deferencias, recibidas con 'sprezzatura' —aparente desatención— cuando el empeño estaba puesto en ganar la partida a Irán y a sus apoderados: Gaza, Líbano y Siria.

Israel tiene derecho a defenderse pero, cuando la guerra termine, deberá rendir cuentas, por el resultado de su operación militar en Gaza para la población civil (45.000 muertos y heridos, en su mayoría mujeres y niños)

A la nueva tripulación no le bastará con ser verosímil. Tienen que demostrarlo, cuando les toque gestionar un Oriente Próximo reconfigurado e intentar detener el programa nuclear iraní, mediante la diplomacia coercitiva o la fuerza militar.

Con conmiseración y sin perder la compostura.

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