Opinión | Crisis climática

Carol Álvarez

Carol Álvarez

Subdirectora de El Periódico

De la dana de Valencia al incendio de Los Ángeles

Entramos en una nueva normalidad de catástrofes naturales imprevisibles por su magnitud: Más que evacuados, deberíamos empezar a hablar de refugiados ambientales, que tras la catástrofe se enfrentarán a sus consecuencias y nuevas etapas críticas en la reconstrucción y superación del desastre alimentado por la crisis climática

No es la primera vez que un fuego angustia a Los Ángeles, los incendios forestales en esa zona particular de la geografía de Estados Unidos son habituales, alimentados por su diabólica conjunción de vientos, terrenos escarpados, aridez y falta de lluvia. El impacto en las vidas de los habitantes de la zona los ha convertido en resilientes de una forma parecida a los habitantes de zonas cercanas a ríos, que temen por sus crecidas. Si Valencia tuvo su dana, un fenómeno fuera de control y que desbordó la imaginación de sus consecuencias convirtiéndose en una pesadilla, los fuegos de Los Ángeles, con un epicentro en Pacific Palisades, entre Malibú y Santa Mónica, ya se han convertido en los más destructores de su historia y prometen días de lucha incansable contra las llamas.

Nos adentramos en "el tiempo del fuego", que diría el escritor y periodista John Vaillant, autor de un ensayo con ese mismo título que publicó recientemente Capitán Swing y que reconstruye la historia del incendio en 2016 de Fort McMurray, el más grave que ha afectado a Norteamérica , y que anticipa una era donde la crisis climática ha convertido en desafíos a nuestra experiencia o planificación la lucha contra los fenómenos naturales. En apenas unas horas, el fuego que relata Vaillant obligó a la evacuación de 88.000 personas y convirtió “barrios enteros en bombas incendiarias”. El periodista también recorre en su libro el incendio en verano de 2018 de Carr, en Redding, en el norte de California, con temperaturas que alcanzaron a 45 grados, como las que sufrió Australia durante el Sábado negro de 2009, con más de 189 muertos. Y el libro plantea que entramos en esa nueva normalidad de catástrofes naturales de magnitud imprevisible: ¿cómo explicarse que más de 200.000 personas hayan sido evacuadas por esta ola repentina de incendios en su invierno? Más que evacuados, deberíamos empezar a hablar de refugiados ambientales, con todo lo que implica: la extinción de los fuegos solo dará paso a una nueva etapa de contaminación del aire, que ya sufre la zona, del agua potable, infiltrada por tóxicos de la combustión. La reconstrucción de la zona afectada no podrá empezar hasta que finalice una limpieza ardua. La dana de Valencia nos recuerda aún día a día que la tragedia climática extiende largos tentáculos en el presente y en el futuro. 

El tiempo de las responsabilidades políticas en Los Ángeles está empezando antes del control de los fuegos, alimentado por el odio y la desinformación. Parafraseando, como hace el mismo Vaillant en ‘El tiempo del fuego’, a Alexander Von Humboldt, “En esta gran cadena de causas y efectos, no hay un solo hecho que pueda considerarse de manera aislada”. Revisión de protocolos de emergencia, estudio de las posibilidades de construcción en la zona y materiales adecuados, cortafuegos y las decisiones adoptadas en la crisis merecen un escrutinio. Pero la crisis climática derivada del mundo más cálido en el que nos hemos instalado seguirá ahí.

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