Opinión | 'España en libertad'
Albert Soler

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Periodista

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Contra Franco de nuevo vivimos mejor

A ver si recordándole cincuenta años después, es capaz todavía de mejorarnos la vida a todos, y olvidamos el descenso del nivel adquisitivo, la jubilación a los 67, la sanidad pública en los huesos, la enseñanza a nivel tercermundista, la corrupción y las promesas incumplidas

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El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el acto ‘España en Libertad’.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el acto ‘España en Libertad’. / José Luis Roca

Ya estamos de lleno en el Año Franco, no sé si lo han notado. Si no es así ya lo van a notar, porque cien actos de conmemoración del Caudillo nos salen a uno cada tres días y medio, habrá para todos los gustos, la mayoría infantiles, no vamos a engañarnos, pero todo el mundo podrá escoger el acto de recuerdo del franquismo que más se adecúe a sus gustos y posibilidades. No está mal pensado: ya que contra Franco vivíamos mejor, a ver si recordándole cincuenta años después, es capaz todavía de mejorarnos la vida a todos, y olvidamos el descenso del nivel adquisitivo, la jubilación a los 67, la sanidad pública en los huesos, la enseñanza a nivel tercermundista, la corrupción y las promesas incumplidas. La receta es infalible: un poco de Franco cada tres día y medio, y como nuevos (lea las instrucciones de este medicamento y consulte antes a su presidente del Gobierno).

Uno, que no depende para nada de Franco para ser feliz, espera por lo menos que este año de boato y celebración sirva para que ganen dinero los amiguetes de siempre, malo sería que con un centenar de oportunidades no hubiera para que todos pudieran arramblar con algo, ahí tiene que haber para todo el mundo, y si no, se alarga un par de años el Año Franco. O mejor lo dejamos en cinco, y así lo convertimos en plan quinquenal, que es lo que le gustaba al general. Lo que sea, para que haya para todos, que entre comisiones, expertos y participantes en los actos, trinque todo Dios. Si no es así, menuda pérdida de tiempo va a ser el añito.

Si se me permite hacer alguna sugerencia para que los fastos sean completos -igual me cae una subvención por lo aportado, en lo de manejar dinero público los españoles no nos andamos con chiquitas-, creo que debería de haber una comisión especial para Catalunya. No solo porque así habrá todavía más gente a la que repartir dinero, sino porque en Catalunya se quiso al Generalísimo como en ningún otro lugar de España, cuando el pobre hombre se sentía deprimido por alguna resolución de la ONU en su contra o por haber tenido un mal día de pesca en el Azor, se daba un baño de multitudes en Catalunya, donde lo esperaba siempre un bosque de brazos alzados y el consabido soniquete ”fran-co-fran-co-fran-co”. Se volvía al Pardo hecho un hombre nuevo y firmaba sentencias de muerte como un chaval.

La inmensa mayoría de alcaldes franquistas se pasaron a Convergència a la muerte de su mentor, esa fue la verdadera transición, y en ningún lugar se llevó a cabo con tanto ímpetu y desvergüenza como en Catalunya. Pasaron de un caudillo al otro, de Franco a Pujol, con toda la pachorra posible, pero sobre todo con la cartera de clientes, por algo Catalunya ha sido siempre tierra de viajantes de comercio. Un alcalde franquista puede convertirse en catalanista con el general todavía de cuerpo presente, pero no por ello va a renunciar a los contactos de empresarios, constructores, hacendados, potentados y terratenientes, si no, la democracia no vale la pena. En esa ejemplar transición catalana, también quienes se significaron como los más franquistas se convirtieron después en demócratas, o incluso en un estadio superior de estos: los catalanistas. De esta manera, apellidos como Aragonès, Puigdemont, Llach, Matamala y tantos otros que se codearon entonces con los más ilustres apellidos del régimen, son hoy sinónimo de oprimidos por España y ello les vale para ganarse la vida como 'presidents', diputados o senadores. Esa sí es una transición que merece la pena recordar.

Después estaban también las familias que no fueron jamás franquistas, porque bastante tenían con trabajar para llegar a final de mes o, con un poco más de esfuerzo y pluriempleo, comprarse a plazos un televisor. La mía fue de estas.Tuve la desgracia de que en mi familia no hubiera ni un solo franquista, ni siquiera de boquilla. De haber tenido la suerte de contar con un abuelo, o aunque fuera un tío, del régimen, habríamos tenido un plácido franquismo, una plácida democracia, y yo sería hoy un independentista convencido, de los que van de visita a Waterloo, completando así la transición a la catalana. Sin lágrimas y sin vergüenza, que es como se hacen bien las cosas.

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