
Catedrático de Economía (UPF). Exconsejero del Banco de España.

Guillem López Casasnovas
Guillem López CasasnovasCatedrático de Economía (UPF). Exconsejero del Banco de España.
Ayuso como síntoma: no va de fiscalidad, sino de ideología
Se trata de una opción de derecha dura, contra una izquierda dubitativa, aprovechando la confusión que genera en el propio territorio la presión fiscal
Ayuso defiende que si se condona deuda que sea para ayudar a Valencia
Las autonomías seguirán bajando impuestos en 2025, pero con menor intensidad

La presidenta de la Comunitat de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, el 26 de desembre passat. | MARISCAL / EFE
La presidenta de la Comunidad de Madrid lo ha vuelto a conseguir. En un momento de tranquilidad y buenos deseos de fin de año, ha desenterrado Ayuso el hacha de guerra con un discurso que, prometiendo cambios fiscales y atacando a los adversarios, la sitúa en la primera página de los medios. La fiscalidad es el cebo, y aquí pican unos cuantos; especialmente los catalanes, con el empujón de economistas fiscalistas que ven el mundo desde su agujero particular y lo magnifican, situándonos en un teórico infierno tributario. No se dan cuenta que esto no va de tributos, sino de ideología. El argumento se arma desde la Comunidad de Madrid contra quien regenta los poderes reales del Estado para erosionarlo, a pesar de que el peso exiguo de la imposición autonómica comporta que esta esté lejos de ser decisiva para cambiar la economía, por mucho que se esfuercen.
La fiscalidad es una parte pequeña de la ventaja comparativa territorial, con poca relevancia excepto cuando se utiliza contra quien no tiene nada más que ofrecer o como operación de marketing político para comer la moral de quien ya va dolido por otras causas. Y, no casualmente, incide en un 'dumping' que perjudica más a las bases fiscales vecinas madrileñas que a las catalanas o vascas. Catalunya mantiene todavía, para el inversor foráneo, una competitividad inversora basada en el talento, la geografía y el capital social, bajo el escudo de Barcelona ciudad, bastante protector, como protector es para los vascos su sistema de financiación. Afecta, eso sí, a quien menos capital público y humano exhibe, que son precisamente comunidades del PP, como Castilla y León, Extremadura, Andalucía o Galicia. Y los dirigentes de estas comunidades, sorprendentemente, ríen las gracias a su lideresa con ascendiente político, queriendo ser ellos como Ayuso cuando sean mayores. Pero con el camino que fuerza Ayuso no se dan cuenta que ellos no serán nunca mayores, sino que serán los primeros en arruinarse si el Estado no les saca las castañas del fuego, por mucho que reduzcan su presión fiscal.
Es curiosa la incomprensión del hecho que, si todos hicieran cómo Ayuso, la ventaja perseguida se diluiría en una carrera que, bajando tipos, erosionaría hasta cero la recaudación autonómica. Todos acabarían perdiendo; está claro, la pérdida tiene efectos diferentes para grupos de población según circunstancias coadyuvantes. Definitivamente, el 'dumping' de Ayuso no va de fiscalidad, sino de ideología. Es una opción de derecha dura, contra una izquierda dubitativa, aprovechando la confusión que genera en el propio territorio la presión fiscal. Clama contra ella, supuestamente, una clase alta a parte de la cual tanto le da la ventaja fiscal puesto que, como he dicho muchas veces, el rico de verdad no paga impuestos, porque aquello que le cuesta la ingeniería fiscal para eludir impuestos continúa siendo menos que aquello que se ahorra aprovechando los descosidos legales. A ella se añade una clase media que se ve reflejada en el marketing ‘liberal’ de las clases privilegiadas. Y a menudo no se da cuenta que, en la desprotección, ella misma se puede quedar atrás, sumándose a la clase más frágil, que sufre la ‘venta’ de aquellos productos ideológicos extremos.
Las comunidades ‘chupadoras’ hablan de solidaridad territorial y negligen así la desigualdad personal interna. Se pronuncian desde el nacionalismo español contra el 'dumping' fiscal irlandés u holandés, y lo practican contra sus vecinos próximos más pobres, que son los más sensibles a la fiscalidad, a falta de otras ventajas comparativas. Lo envuelven con el discurso de favorecer la competencia, cuando son capataces de la carencia de competencia de las empresas reguladas y oligopolios bancarios que les mandan. Fuerzan la ‘competencia’ contra el más débil; contra aquel que tiene que recaudar más para poder hacer políticas sociales que, de lo contrario, no se las financiará nadie.
Por lo tanto, el discurso de Ayuso no va de ‘fiscalidad’, sino de ideología; no va de liberalismo ni de competitividad económica, sino de servicio al poder de la oligarquía española. La presidenta de Madrid es tan solo un síntoma, que hoy no tiene otro antídoto que un federalismo fiscal efectivo que territorialice, definitivamente, los centros de poder del Estado y saque la costra de la casta del alto funcionariado madrileño. Mientras esto no pase, el españolismo nacionalista, también el de izquierdas, continuará haciendo el juego a las Ayuso de turno por la vía de suplir el desbarajuste fiscal autonómico madrileño con el centralismo de quien cree, como dice el historiador Jose Mª Portillo, “que se tiene que inventar el nacionalismo español para salvar el ‘estadito’”.
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