Opinión | Gárgolas
Josep Maria Fonalleras
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Hace 50 años

Franco murió en una cama. Que la conmemoración sirva al menos para alejar el cadáver redivivo y su legado de sangre. Entonces sí que lo celebraremos

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El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (i), y el Rey Felipe VI

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (i), y el Rey Felipe VI / C. Ortiz - Europa Press

Las palabras son importantes. Siempre, y más en casos como este, cuando la historia no es un cúmulo de cenizas, sino un fuego que todavía enciende pasiones y rencores enfrentados. Este miércoles empieza la conmemoración “de lo que vamos a llamar España en libertad”, que es lo que dijo Pedro Sánchez cuando anunció los actos que debían hacer memoria de la muerte de Francisco Franco. Conmemorar, pues, es hacer memoria. Recordar, con más o menos fastos, un evento. Si el presidente hubiera dicho celebrar, entonces todavía se habrían levantado más voces en contra, aunque cuando decimos que “celebramos un funeral” queremos decir que lo llevamos a cabo y no necesariamente que nos alegramos de hacerlo. Ahora, también es verdad que la acepción más habitual de celebrar no es llevar a cabo un acto, sino festejar o alegrarse de una determinada cosa.

En este sentido, de este invento llamado 'España en libertad', podemos decir que coge al vuelo la fecha en la que el dictador murió como excusa redonda y conmemorativa, los 50 años, para celebrar la llegada de la democracia. Se conmemora, se hace memoria, pero, de hecho, se celebra no el fallecimiento, sino todo lo que vino después.

Hay unas cuantas cosas que decir. Ha pasado medio siglo desde que Franco murió en la cama, víctima de la famosa tromboflebitis que nos tuvo con el corazón en vilo durante unas semanas, y este país ha experimentado cambios profundos y, al mismo tiempo, muchos piensan que la democracia – ahora tan alabada – no es sino una apariencia deslucida de la democracia soñada cuando desapareció, físicamente, el general que había ganado la guerra civil. También hay quien piensa que la conmemoración oficial responde no a una necesidad ineludible de reivindicación de la memoria histórica, sino a una estrategia política ligada a las vicisitudes del presente. En cualquier caso, es exagerado decir que España alcanzó la libertad en 1975. El rey que emergió de la defunción y de los funerales (con presencias tan ilustres como las de Pinochet), lo fue gracias a la entronización del dictador fascista y fue proclamado monarca en un escenario con tétricos comparsas tras jurar “cumplir las Leyes Fundamentales y guardar lealtad a los principios del Movimiento Nacional”.

Es decir, la democracia no se manifestó como una epifanía redentora hace 50 años, y el franquismo (moribundo, cierto) todavía movió la cola en sus últimos estertores, peligrosos y agresivos, pero tan patéticos como la agonía de quien le daba nombre. En ese juramento, estaban los ecos de los últimos fusilamientos de la dictadura y apenas se vislumbraba la maniobra de la Transición. Podemos hablar de ello otro día, del período pre-democrático y de las sombras del 23-F, y de los primeros gobiernos posfranquistas y autoritarios, pero lo que es demostrable es que en 1975 no empezó la España en libertad. Hace 50 años, Franco murió en una cama. Que la conmemoración sirva al menos para alejar el cadáver redivivo y su legado de sangre. Entonces sí que lo celebraremos.

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