
Director de los Estudios de Ciencias de la Salud de la UOC y catedrático de medicina molecular de la Universidad de Leicester.

Salvador Macip
Salvador MacipDirector de los Estudios de Ciencias de la Salud de la UOC y catedrático de medicina molecular de la Universidad de Leicester.
Cómo no solucionar el problema educativo
Tenemos que reforzar la comprensión lectora, la imaginación y la iniciativa. La lógica nos dice que esto no se consigue con menos horas de humanidades y de ciencias, si no al revés.
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Estudiantes universitarios, en la biblioteca. / Maite Cruz
Tenemos un problema. Quienes trabajamos en el sistema educativo hace tiempo que nos damos cuenta que algo está fallando. Yo veo a los estudiantes en las fases más avanzadas de su viaje, al final de la carrera, en los másteres y en los doctorados, y puedo constatar que, año tras año, llegan menos preparados. No es una cuestión de conocimientos, si no de la incapacidad de resolver retos complejos, de inseguridad ante las incertidumbres, de miedo al esfuerzo, de la necesidad que alguien les dé la mano todo el rato y les guíe hasta el objetivo final.
Los alumnos brillantes continúan siéndolo. Estos aprenden por muy mal que les eduquemos. Lo que es preocupante es que hemos bajado el nivel en las etapas iniciales intentando no dejar a nadie atrás y el resultado es que ni los que tienen dificultades salen adelante, ni el grueso del estudiantado logra los mínimos que les tiene que permitir desarrollarse con comodidad en un mundo cada vez más complejo. Estamos en medio de una nueva revolución científica, con la inteligencia artificial como mascarón de proa de una nave que nos lleva hacia tierras ignotas, y no estamos preparando de la forma adecuada a quienes tendrán que explorar este nuevo universo.
Tenemos un problema, y las soluciones que aplicamos lo están empeorando. Esto es lo más grave, porque no nos permite divisar una salida al laberinto en el que estamos. Por algún motivo difícil de entender, estamos haciendo cambios en el sistema educativo que no vienen apoyados por datos científicos sólidos. Y eso que de investigación en educación hay mucha y buena. Pero parece que preferimos seguir intuiciones que cambian según de donde sople el viento político o de donde vengan las modas del momento. Que una estrategia funcione en Finlandia no quiere decir que tenga que tener éxito también en un país mediterráneo, con una cultura y tradiciones muy diferentes. Por otro lado, también tendríamos que tener claro qué quiere decir 'éxito', que va más allá de una puntuación en unas pruebas, y que habría que calibrar con una medida más amplia de competencias sociales.
La habilidad más importante que tiene que adquirir hoy en día una persona es la de saber distinguir la información sólida de la que no lo es, entenderla y procesarla. Es cierto que la memorística no es tan esencial cuando tenemos una cantidad de datos millones de veces superior a la que pueden almacenar nuestras neuronas solo a un clic de distancia, pero sin poder retener unos conocimientos básicos que les hagan de colchón, todos estos conocimientos no nos servirán para nada.
Y es que entender es más difícil que absorber y repetir como un loro. Es una capacidad que requiere una formación transversal y completa. Por eso es chocante que todavía estemos hablando de recortar horas de las humanidades y las ciencias en la educación secundaria. Volviendo a lo que decíamos, no conozco ningún estudio que demuestre que haciendo menos literatura y filosofía los jóvenes estarán más preparados para tomar decisiones informadas sobre su futuro o discernir si lo que leen en internet tiene sentido o son pamplinas. Esta propuesta ha levantado suficiente polvareda como para que se anunciara rápidamente una vuelta atrás, pero de la otra mitad del error garrafal no se ha hablado tanto. ¿Qué tenemos que hacer con las ciencias?
Las humanidades no sirven de nada sin unos buenos cimientos científicos (y al revés, está claro). La ciencia nos explica el mundo que nos rodea, y por eso no puede ser solo un ámbito para los expertos. No nos podemos permitir líderes que, como Boris Johnson demostró durante la pandemia, pueden citar a Shakespeare pero no saben leer una gráfica. U otros que no saben hacer ninguna de las dos cosas. Ni nos podemos permitir ciudadanos que elijan a líderes con deficiencias como estas.
Hay una máxima que dice que si no leemos, tendremos que fiarnos de lo que los demás nos digan. No es solo esto: se tiene que comprender lo que se lee. Si no hacemos que los ciudadanos del futuro sean capaces de trazar una ruta por el mar de datos que nos rodea, lo único que habremos conseguido es crear un ejército de borregos muy eficaces a la hora de seguir órdenes. A pesar de que algunos conspiranoicos crean que el objetivo final de nuestros dirigentes es precisamente convertirnos en una masa dócil y manipulable, estoy seguro que los cambios en los planes educativos son bienintencionados, aunque mal dirigidos.
Lo que nos hace falta es estimular el pensamiento crítico e independiente. Hay que dotar a los estudiantes de seguridad y autonomía. Tenemos que reforzar la comprensión lectora, la imaginación y la iniciativa. La lógica nos dice que esto no se consigue con menos horas de humanidades y de ciencias, si no al revés.
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