Opinión | Gárgolas
Josep Maria Fonalleras
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La clarividencia

Cada uno recuerda detalles que le marcaron y que, entonces, en el momento en que los vivía, no tenía la conciencia de que tuvieran que conformar un imaginario para evocar años después

Vista interior de los frescos de Giotto en la capilla de los Scrovegni, en Padua.

Vista interior de los frescos de Giotto en la capilla de los Scrovegni, en Padua. / Luca Bruno

Cada uno adapta las tradiciones a su propio talante, con la idea de añadir algún rasgo íntimo a las celebraciones de la tribu. Y cada uno recuerda detalles que le marcaron y que, entonces, en el momento en que los vivía, no tenía la conciencia de que tuvieran que conformar un imaginario para evocar años después. En mi caso, la canción que entonaba mi abuela cuando, la mañana del día de Reyes, nos anunciaba que ya habían pasado por casa. Dormíamos en una misma habitación, los pequeños y mi abuela, y era ella quien proclamaba la epifanía. Mucho tiempo después, con mis hijos, su madre y yo introdujimos en la ceremonia una reproducción del fragmento del fresco de la capilla de los Scrovegni en el que Giotto pinta la adoración de los magos, tres personajes que simbolizan las edades del hombre. Es el frontispicio de la celebración. Solo, después del ruido, me siento ante la tele y vuelvo a mirar, como cada año, “The Dead”, de Huston, aquella cena en casa de las tías de Dublín donde, la noche del día 6, comen “una oca grande y marrón sobre un lecho de papel arrugado lleno de tallos de perejil, un jamón enorme, un redondo de ternera especiado, colinas de gelatina, un plato de crema cubierta de nuez rallada, las imprescindibles pencas de apio, y el pudín de la tía Julia”.

No es casual que Joyce situara el relato en esa noche, la de la Epifanía, la de la “súbita manifestación espiritual”, como dice él mismo, porque es en los gestos de la velada, “delicados y evanescentes”, donde se revelan los mensajes sobre la vida y la muerte, sobre el amor y las pasiones. También releo el magnífico 'Journey of the Magi' de T.S. Eliot. Es la rememoración, por parte de uno de los reyes, del viaje donde descubrieron un Nacimiento que “fue, para nosotros, una agonía dura y amarga, como la Muerte, nuestra muerte”. En la distancia, se da cuenta que, después de haber pasado por los “caminos profundos y el tiempo áspero”, nunca volvieron a ser los que eran, desvalidos en sus fastuosos reinos, hartos de antiguos privilegios. La clarividencia les hizo más tristes, más sabios.

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