Opinión | Presidencia de EEUU
Salvador Martí Puig

Salvador Martí Puig

Catedrático de Ciencia Política de la Universitat de Girona

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Trump: La confrontación como norma

Uno podría pensar, teniendo en cuenta las tradicionales reglas del fair play político, que después de su cómoda victoria electoral Trump no necesita continuar tensionando las costuras, pero “su política” tiene otra lógica

Archivo - El presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump

Archivo - El presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump / Europa Press/Contacto/Allison Robbert - Pool via C

Hace tiempo, los políticos eran considerados como unos individuos cuyo objetivo primordial era quedar bien con todo el mundo. Parece que esto quedó atrás. O, como mínimo, ya no es tendencia. Hoy la norma es la confrontación, siendo el máximo exponente de esta forma de estar Donald Trump, quien el día 20 de enero tomará posesión de la presidencia de los Estados Unidos.

¿Qué se puede esperar de la segunda administración Trump? Responder a cabalidad a esta pregunta no es fácil, sin embargo, de lo que conocemos hasta ahora (una administración, múltiples juicios y una campaña) podemos esperar más confrontación.

Uno podría pensar, teniendo en cuenta las tradicionales reglas del fair play político, que después de su cómoda victoria electoral Trump no necesita continuar tensionando las costuras, pero “su política” tiene otra lógica. Se trata de sacar ventaja de las posiciones de poder y, sin previo aviso, ser el primero en golpear. Esta es la manera ir ampliando progresivamente la ventaja hasta que la balanza ya no pueda decantarse del lado de los adversarios que él considera enemigos.

Con esta lógica, es posible que Trump tenga una clara estrategia para la política doméstica y otra para la exterior. A nivel doméstico, se trata de seguir los pasos que muestran los dos libro escritos por los politólogos Steven Levitsky y Daniel Ziblatt : How Democracies Die (Cómo mueren las democracias) y Tyranny of the Minority (La dictadura de la minoría). Los dos libros se inspiran en la primera administración Trump y, a la vez, vaticinan los peligros de un segundo mandato, expresando sus preocupaciones respecto de la salud de la democracia estadounidense. En el fondo su análisis se centra en cómo líderes electos de la catadura de Trump pueden socavar las normas democráticas desde dentro de las instituciones.

Para ello es preciso polarizar al máximo, presentándose como el único representante del pueblo y criminalizando a los oponentes, quienes no se merecen nada, ni si quiera la legitimidad de volver al poder y, para ello, no pasa nada si se cambian -o subvierten- las reglas de juego. En este sentido la fagocitación del partido Republicano y la conquista del Congreso, que deberá de rediseñar muchos de los distritos electorales (redistricting), suponen un evidente peligro. Así, con el partido Demócrata descabezado y el Republicano sometido, un sistema político como el de los Estados Unidos -que contiene defectos estructurales que permiten a una minoría dominar la política nacional (fruto de una Constitución creada en el siglo XVIII)- puede llegar a normalizarse el abuso si quien está en el poder tiene los resortes para transformar instituciones y el verbo para movilizar una base social que se perciben agraviada y, a la vez, elegida para hacer América great again.

Pero esta lógica amenazante no sólo se va a utilizar domésticamente, también en la arena política internacional. Así, los primeros mensajes enviados a su homóloga mexicana, Claudia Sheinbaum han sido de una notable agresividad. De entrada, ha expuesto que impondrá aranceles del 25% a sus exportaciones y del 500% si son automóviles producidos por empresas chinas, rompiendo, con ello el Tratado de Libre Comercio firmado en 1994. Pero eso no es nada si se compara con las amenazas de deportar un millón de migrantes indocumentados al año, y la de violar su soberanía prometiendo bombardear los laboratorios de fentanilo y bloquear los puertos de donde -según Washington- se transportan los narcóticos.

¿Todo esto será verdad? Nadie lo sabe, pero está claro que hacer efectivas estas políticas es difícil. Pero más allá de eso, lo importante es que la presidenta mexicana empezará a negociar con Washington con una crítica desventaja, pues cualquier negociación parte de que “quedarse como está” es un reto casi inalcanzable. Lo mismo va a ocurrir con la administración de La Habana, que al cerciorarse que el nuevo Secretario de Estado es el senador cubanoamericano Marco Rubio, nada bueno puede esperar. Así podríamos seguir, repasando las amenazas que ha hecho ya a sus múltiples interlocutores, desde los gobiernos de Venezuela, Cuba, Panamá o China, o a la misma OTAN.

¿Será esto el inicio de la llamada “egopolítica” de gesticulación, bilis y megalomanía? ¿Será pasajero o es el inicio de una nueva era, donde la política de la cordialidad y la transacción ha perdido valor? Quizás volvemos a la política del matón de barrio, esta vez global.  

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