Opinión | Reyes, moda y apariencia

Agnès Marquès

Agnès Marquès

Periodista

La sociedad del simulacro

Un grupo de adolescentes sentados en una banco.

Un grupo de adolescentes sentados en una banco. / LAURA GUERRERO

Ahora que se están escribiendo las cartas a los Reyes, recuerdo cómo aprovechaba ese momento para pedir todo aquello que durante el año mis padres no me compraban. Era la ocasión perfecta para que fueran espléndidos y, con algo de suerte, me trajeran los Levi’s 501 que costaban diez mil pelas o aquellas náuticas marrones que estaban de moda y que nos igualaban a todos como tribu. En esa edad en que la mayoría solo queríamos mimetizarnos, ya tenía suficiente pena, en mi caso, por ser un palmo y medio más alta que la media. Así de absurda es la adolescencia. El año de las náuticas marrones, los Reyes me trajeron unas, efectivamente, pero de color azul. Me quejé. Una de las mejores cosas de mi madre es su insubordinación a la tontería. Me ha quedado el gusto por la diferencia.

La presión cultural por pertenecer (a un grupo, a una tribu, a una posición) es ahora aún más fuerte porque el mundo de la exclusividad es más inaccesible y, parece, más deseable. La cultura del lujo se ha extendido por las redes y parte de la sociedad, es una norma entre muchos jóvenes, se ha cubierto con falsificaciones. En los 90 no servía una copia o un similar, no había nada peor que te dijeran "un quiero y no puedo", ahora es evidente que la inmensa mayoría de chicos (y no tan chicos) que lucen cada día Rolex, Gucci, Prada, Chanel, Off White, Fendi o Balenciaga han comprado una falsificación y sin complejos. Entiendo que no se trata tanto de tener el original, sino de que parezca que lo tienes. La sociedad del simulacro. Si el objeto no tiene conexión con la realidad, ¿qué valor tiene?

Discutiendo sobre esto con el padre de un adolescente marcado de arriba a abajo, él se mostraba esperanzado con la tesis casi filosófica de que la moda de las falsificaciones puede ser una declaración cultural que rechaza las barreras impuestas por el lujo. Tal vez sí, pero eso no cambia que la cultura del consumo ha hecho de la apariencia una necesidad casi imprescindible. Las arengas de mi madre contra las modas y sobre lo que era razonable o no gastar me hicieron quejarme a menudo, pero le agradezco haber contribuido a no crear la fantasía de una identidad que no era real. Padres, no desfallezcamos.

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