Opinión | La espiral de la libreta

Periodista y escritora

Olga Merino
Olga MerinoPeriodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Final de un año
El remate de 2024 nos coge más viejos, más cansados más escépticos. Se ha amplificado la sensación de que el orden multilateral que emergió tras la segunda guerra mundial se está desmigajando

Nochevieja anticipada en la plaza Mayor de Salamanca / MANUEL ÁNGEL LAYA / EUROPA PRESS
La Nochevieja más peculiar de mi vida estuvo a punto de no suceder o de transcurrir en una fría puerta de embarque. El 30 de diciembre de algún año a principios de los 90, un nevazo colosal nos dejó colgados a centenares de pasajeros en el aeropuerto de Fráncfort. Sólo se atrevían a despegar sobre las pistas heladas los aviones de Aeroflot, los viejos Tupolev, duros como pajarracos prehistóricos en la glaciación, mientras Lufthansa, KLM y el resto de las compañías intentaban aplacar el caos repartiendo a los viajeros en habitaciones–zulo en las mismas dependencias del aeródromo. Cena de minibar (cacahuetes salados) y la vaga promesa de volar al día siguiente, el último del año.
Aterricé en Moscú por los pelos, con el farolillo rojo. La ciudad estaba también resplandeciente en su blancura, espléndida, para atravesarla a trote cochinero en un trineo con cascabeles, como en algún cuento de Chéjov. No recuerdo bien cómo se improvisó una fiesta en mi domicilio, en el número 193 de la avenida Lenin, una "cena de traje": traje ensalada de patatas, traje vodka, traje arenques, traje ‘kolbasá’, aquel embutido de regusto soviético. Una cena pobretona que congregó a una troupe variopinta, además de una servidora: una pareja rusa; una libanesa, cristiana maronita, y su novio sirio; el grupito de los cubanos, arrecidos en sus abrigos de paño; un colombiano de Medellín y su chica, de Járkov; y dos vecinos mozambiqueños que bailaban como nadie las canciones de Cesária Évora. No hubo campanadas ni uvas de la suerte ni matasuegras. No hizo falta expresar buenos deseos. Éramos rabiosamente jóvenes, puro fuego, el pistón azul de la llama. A pesar de las dificultades, soplaban entonces vientos de cambio para bien en aquellas latitudes.
Han pasado tres décadas o así. ¿Qué habrá sido de cada uno? Llega a su fin 2024, un gajo de otro siglo que nos pilla más viejos, más cansados, más escépticos. Un año convulso. Gaza, Líbano, Siria, Sudán. Drones, bitcoins y buques fantasma que transportan el crudo sancionado del Kremlin. El mástil de Europa a merced del vendaval. ¿Traerá el año por estrenar la paz en Ucrania? A la espera estamos del 20 de enero, de cómo se coloque Trump en la esfera internacional, y de la respuesta de Xi Jinping y Putin. Por lo que respecta a casa, dejaremos para otra ocasión el ticket de la comida en El Ventorro, la cuadratura de los presupuestos generales, la agenda judicial.
En la Nochevieja de un año sin datar, pero sospecho que también de los años 90, Paco Umbral exaltaba la satisfacción de lo concreto y el confort que le brindaba su dietario, su diario íntimo. En la página en blanco de un miércoles, que así cayó el último día, le cupo la eternidad. Y así escribió con el tableteo audaz de su Olivetti: "Renuncio a mi momento wagneriano de sublimidades y me voy a cenar con unos amigos". Para contarlo otro día. Sencillamente eso. No es poco.
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