Opinión | Opinión

Miqui Otero

Miqui Otero

Escritor

La mejor película navideña de la historia

Fotograma de The Holdovers (Los que se quedan)

Fotograma de The Holdovers (Los que se quedan) / Archivo

Es el mejor de los tiempos y es el peor de los tiempos; la edad de la sabiduría y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la Nochebuena de la esperanza y la Nochevieja de la desesperación.

Corren ventiscas extrañas para las películas navideñas: azotadas, por un lado, por las críticas a sus hasta ahora ejemplos incontestables y por una extraña tendencia eróticofestiva (podríamos sintetizarla con la etiqueta 50 sombras de navidad), en enero de este año se estrenó su mejor versión: Los que se quedan.

El subgénero navideño siempre ha ido de la mano de la idea de la “Feel Good Movie”, películas que son como la batamanta mientras fuera nieva: plantean problemas vitales que se resuelven con facilidad de opereta y te hacen sonreír en el sofá (con las dos manos abrazando una taza de chocolate caliente y los dos pies enfundados en calcetines de renos).

Sin embargo, desde hace ya tiempo un éxito rotundo como Love Actually recibe críticas de todo tipo, por celebrar los abusos de poder en el entorno laboral o por poner el don del carisma solo en personajes masculinos, entre otras cosas.

En paralelo, este año se ha dado un hilarante giro al erotismo en el subgénero. Quizá fruto del cambio climático, a sus protagonistas masculinos les da por sacarse la ropa en películas ambientadas en localidades estadounidenses nevadas.

Son películas que no engañan y que dan lo que sus títulos prometen. Por ejemplo, en la semana de su estreno 16 millones de personas vieron Hot Frosty, aquí (nuevo hit de la tradición descriptiva de nuestra traducción) Un muñeco de nieve para derretirse. Digámoslo rápido: una viuda ve un muñeco de nieve, le pone una bufanda, la bufanda resulta que es mágica, el muñeco de nieve se hace carne en la figura de un maromo hipermusculado y desnudo. Los versos de la canción de Frozen (“Hazme un muñeco de nieve / Venga, vamos a jugar”) toman aquí definitivamente otro sentido.

El fotograma para promocionar la peli es ese muñeco de carne y hueso encaramado al tejado de la casa de la viuda, como en el anuncio de Coca-cola Light. La gracia es que otro de los éxitos es A Carpenter Christmas Romance, donde el protagonista es un carpintero que también arregla la casa de la protagonista, una novelista que descubre el espíritu de la navidad en los abdominales del hombre del martillo y los clavos. Algo parecido sucede en The Merry Gentlemen, aquí (sicalíptico título digno del Destape) Los festivos caballeros, que aborda una función benéfica navideña de estriptis machote.

Podríamos decir que son tan malas que son buenas, si no fuera porque las hay buenas que son mejores. Porque (oh, niño Jesús; oh, cascabeles de Rudolf) quien quiera puede ver la mejor película navideña de la historia.

Los que se quedan retrata la navidad de 1970 en un elitista internado de Nueva Inglaterra. Algunas familias no recogen a sus adolescentes para pasar las fiestas, así que se quedan en el centro tutelados por un apestado profesor y alimentados por una cocinera que ha perdido recientemente a su hijo en la guerra. Listos y tristes, desesperados y cómicos, son una mezcla explosiva de El club de los cinco, If, la película navideña de Charlie Brown, los cuentos de Salinger, las canciones de Joni Mitchell y el consuelo de Qué bello es vivir.

Todas las navidades felices se parecen, pero las desgraciadas lo son cada una a su manera. Esta lo es, desgraciada, pero de algún modo también feliz, cuando el profesor marginado (una foquita desorientada y obsesionada por la historia antigua: le sudan las manos, huele mal, bebe mucho), el alumno inteligente y díscolo (su madre se quiere deshacer de él desde que a su padre le pasó aquello), la madre arrasada (su hijo, de clase humilde, tenía un futuro brillante hasta que lo mandaron al frente) forman una especie de disfuncional familia para darse calor en la nieve. Los tres han perdido algo importante, los tres no saben qué buscar, los tres se encuentran.

Hay una preciosa justicia poética en esta película que abriga como las raídas trencas escolares con botones de cuerno. La imagen podría ser esta: la cena de este año será triste, porque algunos ya no están, pero ves apilados en la cama los abrigos de los que aún siguen aquí. 

Suscríbete para seguir leyendo