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Magdeburgo: explotar la fragilidad

La sensación de inseguridad y la explotación demagógica son victorias del terror que hay que combatir

El presidente alemán llama a la unidad y a no quedar paralizados por el miedo tras el atentado de Magdeburgo

El presidente alemán llama a no quedar paralizados por el miedo tras el atentado de Magdeburgo

El presidente alemán llama a no quedar paralizados por el miedo tras el atentado de Magdeburgo

Pese a la singularidad del atentado que sufrió la ciudad de Magdeburgo el pasado viernes, en el que murieron cinco personas y otras doscientas resultaron heridas, lo sucedido nos interpela acerca de la fragilidad de nuestras sociedades y la necesidad de reforzar nuestra seguridad colectiva. Taleb al-Abdulmohsen, el autor del crimen múltiple, era una apóstata del islam nacido en Arabia Saudita, seguidor del partido de ultraderecha Alternativa para Alemania y admirador de líderes extremistas conservadores como el holandés Geert Wilders o el multimillonario norteamericano Elon Musk, mano derecha de Donald Trump. Su propósito, al irrumpir a gran velocidad en el mercadillo navideño de Magdeburgo con su BMW, era matar de manera indiscriminada a todas las personas que pudiera. Así ocurrió, con un proceder parecido al que sufrió la Rambla de Barcelona en agosto de 2017, aunque la motivación haya sido, por así decirlo, de signo opuesto, puesto que el ciudadano de origen saudí que conducía el coche era un islamófobo confeso. En ambos casos, así como en atentados de factura similar cometidos en Francia o en Inglaterra, matar resulta demasiado fácil. Sobre todo, cuando el autor de la masacre es un individuo aislado, que solo necesita un coche y voluntad de matar en nombre de un odio que puede ser religioso, político, racial, o de género. 

No resulta fácil proteger los 3.000 mercadillos que se despliegan en ciudades y pueblos de Alemania por estas fechas. Como no lo es garantizar la seguridad de todas las concentraciones humanas que tienen lugar estos días en España. Sin embargo, debemos aceptar la vulnerabilidad de nuestras sociedades y las fuerzas de seguridad deben reforzar su acción para evitar ataques indiscriminados como el de Magdeburgo. En primer lugar, para salvar vidas, y proporcionar la seguridad que los ciudadanos tienen derecho a reclamar. También para impedir que ataques de esta u otra naturaleza sean utilizados para difundir el miedo cómo una norma de comportamiento social. En tiempos en los que provocar el mal resulta demasiado fácil, la seguridad debe ser patrimonio de todos. No puede haber fallos, como el de no haber actuado contra el autor de la matanza cuando Arabia Saudita advirtió de su radicalización. 

Prevenir también resulta necesario para combatir a los sembradores de odio. Hasta que no se conocieron las ideas del autor del atentado, las redes sociales se llenaron de acusaciones infundadas contra los musulmanes. No solo con mensajes de ciudadanos anónimos. En España, Santiago Abascal arremetió, impunemente, contra «la invasión islamista». Elon Musk instrumentalizó los asesinatos para reiterar su apoyo al partido neonazi Alternativa para Alemania. Cuando supo que el autor del atentado era un admirador suyo, el propietario de X modificó la orientación de sus mensajes para embestir contra los inmigrantes. Las víctimas de Magdeburgo no merecen semejante bochorno, con una demagogia que se ha apoderado durante unos días de la campaña electoral alemana. Reclaman más seguridad, y más serenidad en las atribuciones de responsabilidades y en las respuestas públicas. Solo así conseguiremos combatir mejor la percepción de fragilidad que provoca el terrorismo, del signo que sea, y evitar que sus acciones debiliten nuestras sociedades