Opinión | Atentado de Magdeburgo

Periodista, escritora y exdiputada en el Parlament

Anna Grau
Anna GrauPeriodista, escritora y exdiputada en el Parlament
Periodista, escritora y exdiputada en el Parlament
La Navidad, para quien se la trabaja
No sé si me da más miedo el trágico ataque, con muertos y heridos, contra un mercado navideño en Alemania, o la posterior subasta política por ver quién tiene “razón”

Varias personas depositan flores y encienden velas tras el atentado / FILIP SINGER / EFE
No sé si me da más miedo el trágico ataque, con muertos y heridos, contra un mercado navideño en Alemania, o la posterior subasta política por ver quién tiene “razón”: si los que dicen que esto nos pasa por no deportar en masa a todos los “moros”, o los que advierten a la “ultraderecha” de que no se haga ilusiones porque este “moro” en particular era de los “suyos”. Sin duda el perfil del atacante de Magdeburgo no puede ser más contradictorio. Igual que el nuestro.
Algo tendrá la Navidad cuando la maldicen. De todas las grandes festividades religiosas, ninguna se le acerca en popularidad ni en carisma. Ni el ramadán musulmán ni la Hanukkah judía, estratégicamente ubicada en el calendario para competir con los fastos navideños. Con la Navidad no se atreven ni los ateos recalcitrantes ni algunos ministros, concejales o eurodiputadas que se acuerdan con nostalgia de los conventos ardiendo en el 36. Pero que se cuidarían mucho de proponer no hacer fiesta estos días.
Siempre pensé que el éxito de la Navidad, con todas las pegas que se le quieran poner por ejemplo a su descarada explotación comercial o a los temibles ágapes con cuñados, tiene que ver con un repliegue de nostalgia de la infancia. Ni siquiera de la nuestra. De la infancia del mundo. No nos olvidemos de que, mucho antes de que se inventaran las ideologías y los partidos políticos, las religiones eran las grandes proveedoras de identidad, de sentido comunitario y de marcos de convivencia. Lo que estaba bien y lo que estaba mal caían por su propio peso con una ingenuidad que sin duda tenía su lado oscuro. Siniestro a veces. Pero no parece que de la Ilustración para acá hayamos adelantado tanto.
Los supuestos valores superiores del supuesto mundo libre se defienden dando a todos y cada uno la posibilidad real de vivir de acuerdo con esos valores. Juzgando a la gente por lo que hace, no por de dónde es. Ni ayudas sociales sin mirar caso por caso, ni criminalización a ciegas de colectivos enteros. En el momento en que caigamos en la vieja trampa del nosotros contra ellos, habremos vuelto a las cruzadas. Y algo me dice que esta vez las podemos perder.
Acabo de recibir una felicitación de Navidad de mi amiga Hanan Serroukh, catalana de origen marroquí. Se ha hecho famosa por un libro, “Coraje”, donde narra cómo se tuvo que escapar de su casa en Figueres con 13 años para que no la casaran a la fuerza con un salafista; cómo pasó por un centro de menores y por la calle; y cómo acabó asesorando a los cuerpos y fuerzas de seguridad para detectar focos de fanatismo salafista. También para evitar que estos focos capten a los hijos de la inmigración que transitan el peligroso alambre entre la xenofobia de unos y el alegre folklorismo multicultural de otros. Hanan me manda una estampa de la Adoración de los pastores en el portal de Belén, pintada por el Greco. Gloria in excelsis deo et in terra pax hominibus. Traducido al cristiano: la Navidad, para quien se la trabaja.
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