Opinión | 'Spot' televisivo

Olga Merino

Olga Merino

Periodista y escritora

El Gordo, los langostinos y el anuncio de Campofrío

Cada temporada se repiten algunos clásicos. Van circulando ritos idénticos y se superpone un año con otro. En medio de las ausencias, entiendes que también los hábitos nos sostienen

José Luis López Vázquez, Gila, Gloria Fuertes y Valle Inclán, en el anuncio de Campofrío.

José Luis López Vázquez, Gila, Gloria Fuertes y Valle Inclán, en el anuncio de Campofrío. / CAMPOFRÍO

Lo que más me gusta del anuncio de Campofrío es que Góngora y Quevedo sigan lanzándose pullas en el éter de la eternidad. El primero solía criticar la supuesta incultura de Quevedo y su afición al vino de las tabernas; por eso lo apodó Quebebo. Este, a su vez, se ensañaba con la homosexualidad de Góngora -un insulto tremebundo entonces- y con el notable tamaño de su apéndice nasal, insinuando así otro denuesto de la época: su presunta ascendencia judía. En el 'spot' de la empresa de embutidos, pues, los dos grandes poetas del Siglo de Oro continúan llevándose a la greña, alimentando la mutua inquina, inseparables, inanes el uno sin el otro, como en todos los odios. En la publicidad de esta temporada, un sorteo decide que Valle-Inclán con sus barbas de profeta, el actor José Luis López Vázquez, la poeta Gloria Fuertes y el humorista Gila, pertrechado para ir a la guerra ("oiga, ¿es el enemigo?"), desciendan al planeta Tierra con la misión de constatar los cambios acaecidos y relatarlos al resto del equipo, una 'troupe' identitaria muy española, que permanece expectante en el más allá: los poetas mencionados, más Goya, el humorista Eugenio, Fofó, Sara Montiel, Isabel la Católica, Santa Teresa de Jesús y Estrellita Castro. Ya nada se parece a lo que dejaron atrás, refieren los enviados especiales: la casa natal de Quevedo se ha convertido en un piso turístico y el teatro donde Calderón estrenó no sé qué obra, en un centro comercial. 

El año pasado, en el anuncio del jamón cocido, la Inteligencia Artificial sentaba a la mesa a una familia tan eso, tan artificiosa y perfecta, que resultaba inverosímil; le faltaban calle, tatuajes en la piel de los más jóvenes, vidilla. Los publicistas que lo vienen realizando transitan por un terreno resbaladizo como es el de apelar a los sentimientos -la familia, los afectos, la compasión, la solidaridad, la ternura desatendida, la búsqueda de un sustrato común, de valores compartidos, de cierta forma de ser en medio del galimatías de un mundo globalizado-. Y se supone que lo hacen para dar un sentido a todo esto, más allá del consumismo desaforado, con el fin de resignificar el maratón que comienza con el sorteo del Gordo y termina con la festividad de los Reyes Magos. Resulta muy difícil caminar sobre esa frágil capa de hielo sin caer en la cursilería, la petardez o la venta de motos. A veces lo consiguen.

El gag de Campofrío se ha convertido en un clásico de estas fechas, como los langostinos; algunos lo esperan incluso, bromeando con que la sorpresa del 'spot' es la cesta de Navidad de los autónomos. Una costumbre que se repite, como las sobremesas con cortafuegos. Sentados alrededor con las anécdotas de siempre revisitadas, las mismas verdades a medias, las mismas complicidades. Todas las familias infelices lo son cada una a su manera. Reparas entonces en quién no está, en las ausencias, y de repente todo cobra sentido. Cíclicamente ruedan ritos idénticos, se van juntado unos años con otros y entiendes que también los hábitos nos sostienen, nos ayudan a seguir. Feliz Navidad.