Opinión | Cambios en bachillerato
Care Santos

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Escritora

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Indulto

Estamos defendiendo a dentelladas un último reducto, que acaso hace mucho que no es suficiente. El mundo necesita gente que comprenda algo y piense bien

Catalunya rectifica y mantendrá la Literatura Catalana y Castellana de modalidad en segundo de bachillerato

Un alumno de primero de Bachillerato mira los títulos de una de las cajas de lectura de su clase, este curso.

Un alumno de primero de Bachillerato mira los títulos de una de las cajas de lectura de su clase, este curso. / FERRAN NADEU

Montserrat Roig se preguntó una vez qué había aprendido de la vida y qué de los libros. Llegó a la conclusión de que ganaban los segundos. Algo que los lectores y los amantes de la literatura compartimos y comprendemos. La lectura de grandes obras nos enseña a entender el mundo y a transitarlo, nos acerca a las complicaciones de lo humano, empezando por nosotros mismos. Solo quienes no han leído literatura en su vida ignoran lo que la literatura puede hacer por ellos. Educarles, en el buen sentido de la palabra, mostrarles otras vidas, permitirles mirar en su interior. Y como consecuencia de lo último: invitar a pensar, a tomar posición, a comprender a los demás. La vida es a veces tan compleja o tan horrible que solo con literatura puede soportarse.

La socióloga experta en lectura Michele Petit escribió, al hilo de los momentos cruciales de la vida en que los libros pueden hacer tanto por nosotros, que «la literatura pone palabras allá donde más nos duele». Qué duda cabe de ello. Los buenos libros se las apañan como nada para hablar del dolor, de las heridas del alma, pero van mucho más allá. También nos divierten, nos ilustran, nos enseñan otros caminos posibles, nos contagian de emociones verdaderas, nos enseñan a expresarnos (y por tanto, a escribir) y, en definitiva, nos hacen la vida más llevadera, más agradable, más feliz. Se nos acabará el tiempo antes que los buenos libros. Me consuela pensarlo. Siempre seré una lectora feliz con algo que leer.

Todo lo anterior lo digo como devoralibros, ya lo habrán adivinado. Como la lectora irredenta que he sido y soy, también como defensora a ultranza de la literatura como herramienta formativa. A mí, como a Montserrat Roig, leer me ha convertido en la persona que soy (además de en la escritora que sueño ser) y me ha abierto los ojos tantas veces a tantas cosas que me es imposible enumerarlas. Y como he leído muchas más historias de las que me ha sido posible vivir, también yo —como Roig— he aprendido mucho más en los libros que en la vida. Claro que yo pertenezco a una época en que la literatura se estudiaba en secundaria, no como una mera enumeración de obras y títulos, sino como una recopilación de textos con capacidad para encandilarnos.

Escribo esto el día que nos hemos despertado con la noticia de que la literatura se relegaba a la categoría de materia optativa de un bachillerato específico. El año en que las lecturas obligatorias desaparecieron de la Selectividad. El tiempo del descrédito, la apatía y la ignorancia que conduce a ciertas decisiones en educación. Por la tarde el Departament había reculado, es cierto. En el último momento ha llegado el indulto para las literaturas. Me consta que algunos sectores de la Universidad se estaban ya movilizando, pero han respirado con alivio. En cambio, no es alivio lo que yo siento al llegar al final de este texto, sino tristeza. Estamos defendiendo a dentelladas un último reducto, que acaso hace mucho que no es suficiente. El mundo necesita gente que comprenda algo y piense bien. Necesitamos buenos lectores.

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